En tus cartas decías que lo más difícil
era sostener la sombra de tantos cadáveres
atascando las trincheras,
aspirar el olor a muerto de los cuerpos enemigos
que sin saber por qué te hacían pensar en tu casa
y convertían a tu madre
en un monstruo de dos cabezas,
en una hembra bicéfala
obligada a odiar y admirar
a su hijo más pequeño.
Me contabas también
que habías perdido el pulso,
que no tardaste en darte cuenta
que enterrar a tantos hombres,
aunque fueran culpables,
acaba siempre por pudrirte y deformarte los dedos.
No olvidaste tampoco hablar de la vergüenza
que arrancaba de dentro de tus ojos
cualquier territorio sólido.
No fue sencillo llorar,
por eso lo hacías de noche
con el brazo derecho presionando tu cabeza
lástima, abuelo, que no supieras que en campo abierto
las estrellas nunca quieren guardarte los secretos
que ellas están ahí para recordarte
que la vida es la misma
aunque todo esté oscuro.
Sonia Fides, extraído de su blog