De vez en cuando, sin someterlo a ningún tipo de estrategia o planificación, me gusta abrir una novela de Georges Simenon y dejarme llevar por sus personajes, sus aventuras y sus propuestas narrativas. En esta ocasión, lo hago con En casa de los Krull, traducida por Carlos Pujol (Tusquets, 2002). Como siempre, el belga pasa la prueba y me gusta. No será Shakespeare ni Muñoz Molina (en mi opinión, no lo es), pero lo revisito con satisfacción todos los años.
Qué inquietante personaje plantea en la figura de Hans; qué amargura íntima más atormentada nos ofrece bajo la piel de Joseph; qué lamentable destino lloroso el de Elisabeth. Me ha parecido una novela solvente y desarrollada con eficacia, en la cual brillan con especial interés los instantes prefinales (la parte del linchamiento), que están bien graduados desde el punto de vista psicológico y literario.
Hasta la próxima, Georges. Volveré.