Revista Diario
A principios de esta semana acudimos mi pequeña princesa y yo a una clase de música de mi pequeño gran hombre. Es una iniciativa que hacen en la escuela en la que hace esta extraescolar para que los padres veamos en la práctica lo que aprenden nuestros hijos. Me pareció una idea fantástica, sobretodo porque cuando le pregunto a mi hijo lo que hace en clase, ya sea en el cole o en música y siempre me sale con historias como "ay mamá, no me acuerdo" o "uf, ahora te lo tengo que explicaaaaar...". En fin, que los papás y hermanos fuimos testigos de cómo nuestro pequeños músicos van ampliando sus capacidades mentales entendiendo los ritmos, adivinando las notas que suenan en el piano y familiarizándose con los instrumentos musicales. Para orgullo de una servidora, me tomo la licencia de afirmar que mi NNIÑÑÑO acertó todas las preguntas que le formularon consiguiendo varios puntos de la profesora. Y una servidora, con una mezcla de orgullo materno sin límites y una total autocrítica ante mi incapacidad de distinguir un do de un fa. Está claro que si mis enanos salen un día virtuosos de la música no será por mis genes atrofiados en este arte. Además de ver la dinámica de la clase, creo que es muy útil captar el ánimo con el que nuestros hijos se enfrentan a una clase de música a las seis de la tarde, tras una larga jornada de multitud de inputs lingüísticos, matemáticos, agotadoras clases de gimnasia y ejercicios de inglés. Darnos cuenta si realmente están contentos (aunque con mamá delante entiendo que estaba más motivado) y también saber lo que hacen para luego intentar replicarlo en casa (con la ayuda de su papá, que yo, ya he dicho que esto de la música...) o para motivarlo recordándole las cosas tan "guays" que hacen cuando intenta llegar al final del día arrastrando los pies.