El mar siempre ha sido una constante en mi vida, desde niña me he sentido atraída por esa inmensa masa de agua que ejerce en mi un efecto beneficioso. Cuando algo me preocupa o simplemente estoy mas enfadada de lo normal, mis pasos indefectiblemente se dirigen al mar, me siento cerca de la orilla y miro fijamente ese azul unas veces índigo, otras como el cielo claro, y otras tan transparente que dudas de lo que estas viendo. Mi ánimo se apacigua al tiempo que el mar parece mimetizarse con animo alterado que yo traía al llegar. Una vez la paz alcanza mi cuerpo me levanto trastabillando, porque el efecto beneficioso que imprime en mi carácter esta reñido con el daño que le hace a mi presión arterial, si soy hipotensa.
Reconozco que tengo virtudes pero también muchos defectos entre ellos se encuentra el encerrarme cuando algo me sobrepasa en lo que yo he venido en llamar la espiral del silencio, que poco a poco me va a alejando de la vida social, me ensimisma y la verdad es que si no la consigo dominar puede durar años, cada vez se domarla mejor, aún así la soledad que en esos momentos es amiga y compañera teje su trampa para que no consigas poner fin a esa espiral que te atenaza.
No es extraño que con estas premisas me subyugara este fragmento que rescato de El Compositor de tormentas, una novela que me apasionó sobre manera.
El primer día de travesía Matthieu se dio cuenta de algo que le supuso una verdadera revelación: el sonido del mar igualaba al silencio. Por muy estruendoso que pudiera llegar a ser incitaba a pensar, a sentir, a crear. A cada momento el agua se arqueaba como para embestir, y a veces culminaba el ataque que se deshacía en siseos de espuma, mientras que otras se tranquilizaba y volvía a fundirse en la masa inmensa en cuyo interior todo eran murmullos de algas y miradas de peces que se acercaban al barco con enérgicas sacudidas de la cola.
El mar era silencio. Matthieu pellizcaba un par de cuerdas del violín y respiraba hondo. Tenía la sensación de que para componer una nueva pieza, le bastaba con estirar el brazo y alcanzar las notas que ya estaban allí, esperándole desde el soplo divino al principio de los tiempos, aquel que llegó cargado de toda la música pasada y futura.
La música, la belleza creada con los silencios, en todos los archivos sonoros es incalculable como la pasión que destila esta novela por el mar, la armonía musical, y la composición. Para un iniciado como yo es una delicia para los sentidos, para cualquier profano en la materia un texto precioso, plagado de artificios literarios dignos de tener en cuenta. En fin ya conocéis mi opinión al respecto