Mitos de la Dauphine: la caída de Hinault
Sólo el San Gottardo, el puerto adoquinado, ya bien merece volver los ojos a Suiza
Estamos al principio del verano y julo se ve ya tan carca…a la vuelta de la esquina. Y eso, que para la mayoría de la gente supone calor, sol, playa y vacaciones (al menos para los afortunados) para los ciclistas es sinónimo de nervios, puertos larguísimos de pendientes imposibles e historia, mucha Historia. Con mayúsculas. Es decir, es tiempo de Tour de Francia.
Por eso, por la importancia de una prueba francesa que cada año parece tener más y más peso específico dentro del calendario ciclista (y esta es una tendencia que hace una década parecía aun iba a hacerse más acusada) y, en definitiva, por la gloria que esconde detrás el cajón de los Campos Elíseos, todo lo que ocurre y se produce en el mundo ciclista se analiza en clave Tour.
En estos días se están corriendo dos de las pruebas más señeras del pelotón mundial, dos lugares donde los grandes en la historia de este deporte llevan décadas dándose palos y donde se han producida algunas escenas que han quedado para siempre dentro del Gotha del ciclismo. Y ambas estás siendo analizadas, únicamente, en clave Tour.
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La primera es la Dauphine Libere, de la que hablaremos extensamente otro día por lo vibrante de su desarrollo y que, favorecida por un recorrido nervioso y espectacular y por una competitividad no vista en la prueba del Delfinato desde hace años, está viviendo una de sus ediciones más espectaculares, con las espadas en todo lo alto entre Contador y Froome. Y los análisis son, como siempre, en clave Tour, pensando en la etapa del pavés, pensando en si hay que parara cuando un favorito besa el suelo, pensando en si el SKY hace aguas o se muestra inabordable, en si un ataque bajando puede mandar al garete cualquier táctica. Pensando, decimos, en dentro de un mes, en los Alpes, en los Pirineos. En 1965 Anquetil enganchó una racha que lo llevó a vencer en el mismo en la general de la Dauphine-Liberé y, tras volar en avión privado hasta la capital de las Landas, en la Burdeos-París, de más de 500 kilómetros de recorrido. Fue, según palabras propias, su hazaña más querida (también fue la hazaña deportiva del año para L´Equipe) y quedó tan agotado que renunció al Tour de Francia. Eso, hoy en día, es impensable.
La otra es la histórica Vuelta a Suiza, Una carrera que contempló exhibiciones antológicas de Merckx (que encadenó Giro, Suiza y Tour en un raid de competición que cubrió 45 días corriendo sobre 55 totales), de Fuente (atacando en el primer puerto de una etapa con tres especiales y llevándose la general) o de Roger de Vlaeminck (Que ganando en Suiza llegó a soñar con poder con la montaña de las grandes). Una carrera que tiene el recorrido y la historia suficientes como para ser interesante por sí misma. Pero no hay manera, y cualquier análisis que se haga de la misma (desde Kreuziger como gregario de lujo hasta la nueva apuesta, arriesgada, de Rui Costa) se hace en clave Tour.