Doña Cecilia es una anciana beata de Borja (Zaragoza) que ha restaurado a su manera un Ecce Homo mural de la iglesia del Santuario de La Misericordia de su pueblo.
La pintura, una obra académica y correcta del S. XIX (y a mi modesto juicio más que sosa y anodina) estaba muy mal de lo suyo, debido a la humedad y a la afloración de sales.
La Señá Cecilia ya la había restaurado muchas veces. Es la típica mujer de iglesia, siempre activa, colaboradora y bien dispuesta, que todo cura tiene siempre a mano. Pero hasta la fecha solo le había dado toques de titanlús a la túnica.
Seguramente envalentonada por sus anteriores experiencias exitosas, y teniendo delante una pintura cada vez más deteriorada, se lanzó ahora a repintarla por completo, y se lió, se lió, se lió, pim-pam, pim-pam, pim-pam, y no pudo parar. Cuando haces plop ya no hay stop.
Y lo que quedó fue esto:
Semejante mamarrachada ha sido la irrisión de todo el mundo. Twitter ha ardido. A esta buena mujer, cuyo apellido omito, la llaman Cecilia "Cristo Mal"; al Ecce Homo, #EcceMono (y ha sido trending topic en el acto). Cualquier persona con conocimientos mínimos de photoshop ha aportado su parto:
Y hasta hay quien se ha puesto a vender camisetas como churros:
Supongo que sin darle ni un euro ni a Doña Cecilia Cristomal ni al párroco.
Ahora hablan los políticos de gastar lo que sea en desfacer el entuerto. (A mi juicio el entuerto es indesfacible, y lo más que podrían hacer sería repintar encima una réplica del original. Pero, también a mi juicio, ya no merece la pena, y lo mejor sería cobrar entrada para ver la obra, nombrar a la Señá Cecilia hija predilecta y aprovechar la publicidad durante el poquísimo tiempo que va a durar).
Dicen ahora de rascarse el bolsillo (lo que no han hecho nunca, y así está todo) y llamar a alguien para que restaure la pintura, como si fuera de Miguel Ángel. Qué barbaridad. Ni que lo fuera. Pero hay que recordar que al propio Miguel Ángel le cepillaron la Capilla Sixtina tapando aquí y allá las desnudeces (quien lo hizo es conocido como il Braghettone), y se la volvieron a cargar volviéndolas a destapar. Y también hay que recordar que a su vez Miguel Ángel se cargó todo residuo romano y medieval cuando hizo la Piazza del Campidoglio de Roma.
(Fantástica plaza, por cierto, aunque también eran fantásticos los vestigios romanos de la colina sagrada).
Y, como de costumbre, me voy de una cosa a otra y me hago un lío con la restauración. ¿Qué es restaurar? ¿Cómo se restaura? ¿Qué es válido y qué no lo es en restauración? Hay demasiados tabúes, demasiados dogmas que, bien mirados, no responden a la razon. (O yo creo que no). La reciente historia nos ha hecho ver cómo se ha ido de unos dogmas a otros, de unas escuelas a otras, y lo que hace unas décadas era obligado ahora es rechazado. Pero, por otra parte, las restauraciones son irreversibles, y si vemos ahora que lo que se hacía en los años setenta era una salvajada, ya no tiene remedio. Igual que dentro de cuarenta años se sabrá que lo que hacemos ahora es una barbaridad.
¿Entonces qué? ¿Lo dejamos todo parado? ¿No hacemos nada esperando que en el futuro alguien sepa qué hacer? ¿Y aguantarán nuestras ruinas hasta el futuro?
Es malo no hacer nada y es malo hacer algo.
Pues en esta tesitura yo soy de los de hacer algo, aunque sea como Doña Cecilia, y aunque al final quede el Cristomal.
Lo ideal, por supuesto, es no dejar que las cosas se estropeen. Pero esto es imposible, porque el tiempo lo mata todo, y porque la mayor parte del patrimonio artístico es público o tiene una protección pública, y la desidia de lo público es notoria y secular. No hablemos ya de arte. Hablemos de edificios comunes: Todos sabemos que si una pelotita de tenis se encaja en un desagüe de un colegio se quedará allí lustros y lustros, provocando todo tipo de humedades y daños; y que si se rompe una lama de plástico de una persiana nadie perderá cinco minutos y diez euros en repararla, hasta que toda la persiana quede descolgada y caída como un acordeón muerto.
Pero además de la roña económica y del deterioro material, está la obsolescencia funcional. Muchos edificios ya no sirven para la función para la que se crearon, y se quedan muertos por falta de uso, aunque su "cuerpo" esté aún de buen ver. Es el caso de los cines, por ejemplo. Los dividen en salas pequeñas, cambiando su configuración, creando más cabinas de proyección, etc, o los convierten en salas de juego, o incluso en librerías o en restaurantes.
Estos edificios asumen, renqueando y como pueden, una nueva función para la que no están hechos, y les llenan de gadgets y apliques para que la realicen a trancas y barrancas, arrastrándose o refunfuñando. Iglesia-biblioteca, convento-consejería, cuartel-casa de la cultura, hospital-museo, etc. Son un quiero y no puedo. El arquitecto restaurador-rehabilitador clama: "Ay, si me hubieran dejado un solar despejado donde hacer una obra de nueva planta". Y clama con razón.
Para más dificultad, esos edificios obsoletos suelen tener una protección arqueológica férrea, y a menudo ilógica y caprichosa, a criterio del arqueólogo de turno que ha de hacer un informe favorable.
A veces aparece un resto de muro y desbarata toda la distribución proyectada (y que tiene licencia, pero condicionada al posterior informe arqueológico). El arquitecto rectifica sobre la marcha la distribución para acoger ese resto de muro que acaba de aparecer, pero si no se demuele hay que terminarlo. ¿Cómo se termina? ¿Imitando el aparejo existente y por tanto sumiendo el resto auténtico dentro de la falsificación? ¿Con un material y una textura diferente para que se distinga lo que es antiguo? Hay criterios para todos los gustos.
A veces no hay solución, porque los elementos arqueológicos a respetar y conservar impiden realizar la nueva función, y entonces es preferible que el edificio se quede muerto, y que la ruina se degrade año a año, a que se transforme en el moderno.
Puestos a restaurar un edificio antiguo, ¿es lícito dotarlo de luz eléctrica? ¿Dónde alojamos el transformador? ¿Cómo canalizamos los cables? ¿Se puede poner aire acondicionado? ¿Y es lícito emplear hormigón para recalzar la cimentación? Etc, etc.
(Una vez discutí con un joven que estaba montando su puesto en uno de estos mercados medievales que están tan de moda, ¡y lo hacía con una Black&Decker! Ah, no, no. Si es medieval es medieval. Por cierto, ¿puede tener luz eléctrica un puesto de un mercadillo medieval? ¿Y si el joven que lo monta se clava un alambre se le puede poner la inyección antitetánica? Es que es muy hermoso hacernos a estas alturas los medievales, con nuestro I-Phone en el bolsillo).
Esto es un mero artículo de un blog, y el tema es endiablado y lo sobrepasa. A veces comentaré algunos aspectos en otras entradas, pero hoy solo quería decir que La Señá Cecilia ha sido como la restauración del Teatro de Sagunto (obra moderna que hormigonó los restos que pretendía restaurar), solo que la obra a restaurar era menos valiosa.
Las marcas rojas muestran los únicos elementos originales y que quedan en su sitio. Las azules muestran objetos originales hallados en obra y colocados en exposición. Todo lo demás es nuevo.
Sin embargo, las restauraciones de Carlo Scarpa me entusiasman porque era mejor que el original. Y, lo reconozco, me da igual que se cargara cosas, porque él las hacía mejores.
¿Entonces a un gran arquitecto hay que dejarle que haga lo que quiera, como a Miguel Ángel en el Capitolio?
No lo sé. Es todo demasiado complejo y yo tiendo a simplificarlo mucho.
Así que remato diciendo tan solo que La Señá Cecilia no está sola, y que lo que ha perpretado no es único en la historia, ni tan escandaloso como otras cosas, y que hasta tiene su puntito.
Y, desde el punto de vista de la fe católica, ¿no será entrañable rezarle a ese adefesio hecho con amor, a ese Ecce Homo hecho un eccehomo e incluso un #EcceMono? ¿No es eso más acorde con lo que Cristo tuvo que sufrir, y con las ofensas que recibió? La de esta buena mujer no es que no sea de las mayores; es que yo creo que no es ni ofensa siquiera.