Cuando alguien, en un debate, comenta que el mundo nunca ha estado peor que en nuestros días, suelo preguntarle que en qué época le parece que el mundo ha estado mejor que ahora. Normalmente, la respuesta no es fácil. El último libro de Steven Pinker es un magnífico ensayo dedicado a difundir el optimismo acerca de nuestra situación: el mundo nunca ha estado mejor, quiere decirnos y aquí tenéis las cifras que lo demuestran.
Por supuesto que esta evolución virtuosa e histórica no ha sido fácil. Pinker sitúa su comienzo a mitad del siglo XVIII, con el precedente de la revolución científica que empezó a operar en la centuria anterior. La idea, que en la actualidad nos parece tan sencilla, es la de combatir la superstición a base de racionalidad y ciencia. A través del método científico todo puede ser comprobado y explicado y los descubrimientos que se van realizando en el camino pueden facilitar la vida del hombre y a la vez hacerlo más feliz. Por supuesto que éste no ha sido un camino de rosas. Las fuerzas del oscurantismo han puesto todas las piedras posibles en el camino y han estado a punto de lograr la victoria en momentos puntuales, como la Segunda Guerra Mundial. Pero, desde entonces, occidente ha aprendido que los conflictos deben resolverse a base de diplomacia y diálogo y los conflictos bélicos no han hecho más que disminuir, mientras la pobreza global hacía otro tanto.
Es muy posible que para muchos sea insólito leer que el mundo está cada vez mejor, sobre todo después de ver un telediario o leer un periódico. Es bien sabido que las noticias negativas se venden mucho mejor que las positivas. Estamos mucho mejor informados acerca de zonas de conflicto, como Siria, que de países que están saliendo a pasos agigantados de la pobreza. Además, las buenas noticias no suelen suceder en un día ni son tan espectaculares visualmente como un atentado terrorista. Que se erradique una enfermedad que hace décadas mataba a millones de personas, por ejemplo, no puede competir en los medios con las imágenes de una furgoneta que ha embestido a una multitud y ha matado a catorce.
Para Pinker, la defensa de la Ilustración el progreso implican también la defensa del capitalismo. No de un capitalismo sin reglas, sino de unos mercados regulados con unas reglas de juego claras y que se basen en la igualdad de oportunidades entre los distintos actores, así como de una política social fuerte con la que los Estados sean capaces de ayudar a quienes fracasen o queden atrás. Las cifras y los gráficos que muestra el autor de La tabla rasa, son muy elocuentes: en las últimas décadas los índices de bienestar a nivel mundial no han dejado de aumentar. Los países ricos han gozado de un crecimiento sostenido (con parones acusados, como la reciente gran recesión) y cada vez más gente es capaz de salir del pozo de la pobreza severa (más de cien mil personas cada día, según los últimos estudios). Cualquier hogar de occidente, incluso los más pobres, cuentan con televisión, ordenador y móvil, aparatos capaces de acceder a toda la cultura escrita del mundo. La esperanza de vida es cada vez más alta y la calidad de la misma, también. Y los niveles de alfabetización y escolarización a nivel mundial son mejores que nunca. Esta historia de éxito puede resumirse en una frase:
"El resultado estadístico corrobora una idea clave de la Ilustración: el conocimiento y las instituciones sólidas conducen al progreso moral."
Evidentemente, Pinker sabe que hay acontecimientos imprevisibles que pueden hacernos retroceder: un atentado terrorista como el del 11 de septiembre, la elección de Donald Trump, el Brexit... Pero estos son hechos puntuales cuya influencia en las cifras de progreso no son tan importantes como pueden serlo en la apreciación del público general. Estamos en una época en la que viejos fantasmas, como el nacionalismo y el populismo vuelven a correr por sus anchas. En una entrevista concedida a El País Semanal, Pinker aborda esta realidad:
"Para vencer al populismo se debe además reconocer el valor del progreso. Hay un hábito muy extendido entre intelectuales y periodistas que consiste en destacar solo lo negativo, en describir el mundo como si estuviera siempre al borde de una catástrofe. Es la mentalidad del default. Trump explotó esa forma de pensar y no encontró resistencia suficiente en la izquierda, porque una parte estaba de acuerdo. Pero lo cierto es que muchas instituciones, aunque imperfectas, resuelven problemas. Pueden evitar guerras y reducir la pobreza extrema. Y eso debe formar parte del entendimiento convencional de cada uno."
Las noticias negativas nunca van a parar su goteo. Siempre hay historias de desgracias, agresiones y accidentes que contar y que pueden producir un alarmismo irracional en la sociedad, cuando lo cierto es que la cifra global de delitos está en descenso. Los profetas del desastre, que tanto han proliferado en las últimas décadas (los que hablaban de lo inevitable de una guerra nuclear, de la bomba demográfica o del desastre medioambiental), han ido fallando en sus previsiones, lo cual no signfica que no haya que estar alerta respecto a las múltiples amenazas que siguen y seguirán acechando a la humanidad. Lo mejor que podemos hacer es informarnos de lo positivo, no solo de lo negativo (y lo positivo es que hoy contamos con más medios que nunca para hacerlo) y seguir ahondando en la fórmula que tanto nos ha hecho progresar: más ciencia y conocimiento, menos religión e irracionalidad:
"Por la misma razón, la exhortación a que todo el mundo piense de manera más científica no ha de confundirse con la exhortación a dejar la toma de decisiones en manos de los científicos. Muchos científicos son ingenuos en lo que concierne a la política y al derecho, y maquinan ideas inviables como el gobierno mundial, las licencias obligatorias para los padres o la huida de una Tierra contaminada mediante la colonización de otros planetas. No tiene importancia, pues no estamos hablando de a qué sacerdocio habría que otorgarle el poder; estamos hablando de cómo tomar las decisiones colectivas más sabiamente."