
Por Daniel Campione

Por eso ponen a funcionar la fábrica de pigmeos mentales para quienes no existan la ética, las convicciones ni la imaginación. Quienes sólo piensan en lo que creen es defender lo suyo, para sustentar por acción u omisión a quienes tienen mucho y no se detendrán hasta tenerlo todo.
Cabe en estas circunstancias, más que nunca, la defensa de la actitud militante y del espíritu de iniciativa popular que la inspira y sustenta.
El militante cree por definición en la posibilidad de una sociedad mejor, más igualitaria y justa. Y en la acción social y política junto con la actuación en el espacio público como caminos para lograrla.
Con esos objetivos y métodos pone su tiempo y su energía al servicio de la causa y el espacio elegidos: El partido, el sindicato, el movimiento social, la agrupación cultural. Luchará por el salario y las condiciones de trabajo, la preservación del ambiente, la defensa de las políticas de género, los derechos humanos y un largo etcétera. Tal vez cambie de organización o pase de la militancia por una causa a otra diferente. Eso es lo de menos, el parejo compromiso y la sostenida dedicación serán el factor permanente que le proporcione continuidad y coherencia.

No tienen doble rostro ni secretos inconfesables. Llevarán las mismas ideas e idénticas prácticas a dónde les toque. Desde un modesto local en un barrio alejado hasta un congreso internacional con compañeras y compañeros de todo el mundo.
Podría objetarse que ésta es una visión idealizada, que muy pocos cumplen con esas condiciones. No es así, cualquiera que haya actuado en la organización y la lucha popular en nuestro país ha conocido a decenas, centenares o miles que responden a esas características. Sus vidas enteras constituyen un mentís a la idea reaccionaria de que varones y mujeres sólo actúan por objetivos individualistas, en búsqueda de beneficios materiales.
Ellos no tienen nada que ver con “operadores”, “punteros” o “caudillos”. Son de otra especie. Rechazan por definición las “operaciones” secretas o los pactos espurios. Nunca pondrían precio a sus palabras o a sus silencios, jamás pedirían dinero a cambio de ningún favor. No son “soldados” de ninguna persona, sólo fieles seguidores de sus ideas y practicantes de la fraternidad y el compañerismo con quienes comparten empeños y creencias.
En Argentina (y en el mundo) necesitamos más y mejores militantes. Su multiplicación numérica, su capacitación política, su formación teórica, serán las garantías de la lucha por una sociedad radicalmente diferente. Y un instrumento indispensable para asegurar la derrota de quienes todo lo ahogan “en las heladas aguas del cálculo egoísta”.
Opongamos a la celebración permanente de la mezquindad la admiración indoblegable hacia quienes tienen principios firmes que no están dispuestos a negociar. Y transitan su vida entera en el esfuerzo para comprender mejor el mundo y así avanzar cada día un paso hacia su transformación definitiva. Daniel Campione
