Es evidente que el de México no es el gobierno más democrático del mundo ni el menos corrupto. La lacra de la violencia es pavorosa, las desigualdades sociales son brutales, el narcotráfico hace estragos y la impunidad es elevadísima. Todo eso es cierto si nos atenemos a las noticias que llegan desde un país con el que Canarias mantiene curiosos lazos sentimentales. No creo que haya en ningún otro sitio a este lado del Atlántico la pasión que hay en Canarias por los corridos, las rancheras y los boleros arrancherados, por no mencionar las telenovelas. Mi generación y la precedente se conocen de memoria el repertorio de José Alfredo Jiménez, Miguel Aceves Mejías, Jorge Negrete, Antonio Aguilar, Vicente Fernández, Javier Solis, Los Panchos, Los Alegres de Terán, Chavela Vargas y otros muchos que aprendimos a amar y a escuchar a través de la radio en programas como La Ronda o Discos Dedicados y colectivamente con los viejos pick ups en discos rayados de tanto uso.
El país del que se compadecía Benito Juárez por estar tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos, ha dado al mundo nombres de la grandeza de Carlos Fuentes, Octavio Paz, Diego Rivera, Siqueiros, Cantinflas, Dolores del Río, Maria Félix o Pedro Armendáriz, cada cual maestro en lo suyo. De México eran Zapata y Pancho Villa, desarrapados líderes campesinos que, más de un siglo después de transitar por este mundo, aún se siguen evocando a través del cine o en los corridos populares de la Revolución Mexicana que muchos hemos cantado en incontables ocasiones.
La lista sería interminable aunque en todos esos nombres hay resonancias cercanas y fisonomías familiares que nos hacen sentirlos como parte de nosotros por encima de la distancia histórica y física. Por razones sentimentales y por razones culturales pero también por razones políticas y morales, en esta hora en la que México es víctima de los insultos y bravatas del patán que se sienta en la Casa Blanca desde hace unos días, debemos alzar la voz en defensa de México. No hablo del Gobierno sino de la dignidad de los mexicanos como pueblo frente al desprecio del prepotente nuevo presidente de los Estados Unidos y sus proyectos para construir un muro fronterizo y cargarle el coste al país vecino.
En este momento en el que ese energúmeno pretende humillar a los mexicanos, sobran las razones para defender a ese país hermano al que le deben la protección y la vida los cerca de 25.000 españoles que encontraron en él refugio, paz y futuro gracias a la generosidad del presidente Lázaro Cárdenas. Entonces los refugiados eramos los españoles y, de no haber sido por países como México o Argentina, la suerte de muchos de aquellos compatriotas exiliados forzosos hubiera sido mucho más dramática.
Por desgracia, de quien no podemos esperar absolutamente ningún gesto por tibio que sea a favor de México y de los mexicanos es del rey y del Gobierno español. Uno y otro han dejado al descubierto la vacuidad de sus grandilocuentes discursos sobre fraternidad y colaboración entre ambos pueblos. Me avergüenza que al rey sólo le preocupe mantener las “excelentes relaciones” entre Estados Unidos y España y no tenga en estos momentos una sola palabra de apoyo y respaldo para los mexicanos a los que suele adular en sus viajes oficiales a aquel país.
Y qué decir de un presidente como Rajoy quien, a pesar de los intereses españoles en México, ha tenido la ocurrencia de “desearle mucho éxito a Trump”. Apena y duele la indiferencia y la ingratitud ante lo que México ha significado para España y para los españoles. Parafraseando una de aquellas viejas rancheras, probablemente ya de ellos nos hemos olvidado pero los mexicanos por nosotros seguirán esperando. No dejemos que sea en vano.