Fuego en Baradero
Siempre sentí desprecio por los que la juegan de moderados frente a decisiones éticas que son a todo o nada. Los hechos de Baradero, es decir, el asesinato de dos adolescentes de dieciséis años por parte de agentes de inspección de tránsito y el posterior intento de ocultación oficial, son los que importan a la hora de tomar posiciones. Lo que vino después, es decir, la pueblada que incendió la municipalidad, el registro civil, el consejo deliberante y varios vehículos oficiales y privados de los funcionarios cómplices, forma parte de la consecuencia. No de una causa paralela, ni de un acto equivalente, ni de un atenuante, ni de un acto irracional.
Que todos los periodistas editorialicen que “nada justifica lo que hicieron los vecinos”, que “los inmuebles oficiales los pagamos entre todos” o que “está mal contestar a la violencia con más violencia” -mientras las familias velan a sus chicos muertos- me parece un exceso innecesario de corrección que linda con el cretinismo. Un comentarista de C5N fue más lejos y dedicó gran parte de su programa a insistir en que los jóvenes no usan casco, conducen peligrosamente y no respetan a las autoridades.
Si hubiera estado en Baradero, no me habría resistido tampoco a romper los vidrios y encender el fuego contra un edificio que dejó de ser institucional para convertirse en terrorista. No participaría del incendio a pesar de considerarme republicano, sino precisamente por eso.
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