Recientemente ha aparecido en los medios de comunicación esta propuesta de la Ministra Bibiana Aído: es el momento en que la igualdad, los estudios de género y la tradición intelectual histórica del feminismo tienen que ocupar un lugar en la formación troncal de nuestros estudiantes. La reacción no se ha hecho esperar, y algunos articulistas, locutores de la COPE, o editoriales de periódicos como el ABC (Dios los cría...) continúan oponiéndose, cuando no ridiculizando, la posible entrada de estudios feministas (no digamos ya lesbianos) en las universidades españolas. Leo hoy en el ABC: El feminismo es una ideología, no un capítulo de las Ciencias Sociales o Jurídicas que deba ser objeto de transmisión a los estudiantes, y menos aún para su formación intelectual... Un articulista de este diario afirma que el feminismo trasnochado y fracasado que la ministra Aído representa y ejerce no sólo no ha resuelto ningún problema, sino que ha perjudicado históricamente a muchas mujeres de pensamiento débil, que se han acabado creyendo que la culpa de sus problemas era de los hombres... En el mismo artículo, el autor se duele de la escasa subvención que el Ministerio de Igualdad ha otorgado a la Federación Católica Española de Servicios a la Juventud (unos 6.000 euros)... Sin comentarios.
Hoy mismo, la Ministra Aído ha tenido que rectificar y aclarar que "en ningún caso" ha solicitado una asignatura concreta sobre feminismo. ¿Por qué? La reacción de Aído me ha hecho pensar en mi carrera universitaria, y en qué hubiera dado yo entonces por tener una asignatura sobre feminismo; no digamos ya sobre literatura lesbiana. Recuerdo que escuché la primera referencia sobre la existencia de los estudios queer en un máster de literatura comparada; tenía yo entonces veintisiete años. Nadie, en ninguna etapa anterior de mi formación universitaria, había nombrado lo innombrable. Y pienso también en la labor que están realizando profesoras universitarias comprometidas con la difusión y la visibilización de las creaciones literarias de las mujeres (la doctora Meri Torras de la UAB, por ejemplo). Yo hubiera matado (como la Esteban: MA-TO) porque me hubieran dado clase sobre Mary Wollstonecraft , Judith Butler, Adrienne Rich o, al menos, por aquello de estar cursando estudios de filología, sobre Djuna Barnes, Radcliffe Hall, Jeanette Winterson, no digamos Isabel Franc! A mis veinte años, el panorama en la biblioteca universitaria era bastante desolador; en las librerías, peor aún. Me pregunto cuántas de nosotras hemos tenido que construirnos una tradición y una historia propias; avanzando a tientas, sin guía ni mapas.
Esta des-orientación es especialmente evidente en lo que se refiere a los estudios sobre literatura lesbiana. Hace poco terminé mi lectura de Que me estoy muriendo de agua. Guía de narrativa lésbica española, de María Castrejón (1974), poeta, autora de novelas y crítica literaria. Podéis consultar su blog aquí. Que me estoy muriendo de agua es uno de esos libros necesarios que, como se dijo en la presentación de Ellas y nosotras, desbrozan la selva a la que deben hacer frente quienes deseen conocer y/o empezar a estudiar a fondo la literatura lésbica española, desde el siglo XX hasta nuestros días. Resume y analiza obras de diversas autoras - Ángeles Vicente, Esther Tusquets, Ana Maria Moix, Cristina Peri Rossi, Carme Riera, Marina Mayoral, Lucía Etxebarría, Isabel Franc/Lola Van Guardia (a propósito de la cual acuña la denominación chick-chick-lit), Concha García, Jennifer Quiles, Gabriela Bustelo...- con un lenguaje muy próximo, sin sofisticaciones y no exento de humor: porque, ya puestos a inventar, quién puede argumentar que los ángeles no sean negros o que Dios no es una cantante canadiense. He encontrado particularmente Interesantes sus observaciones sobre el lenguaje homoerótico, algo que empecé a plantearme al leer Dame placer, de Flavia Company. En defintiva, Que me estoy muriendo de agua construye caminos, ofrece modelos, visibiliza una parcela de la historia literaria y la hace accesible, nos vincula a una historia que no es la que nos explican en la escuela ni, hasta hace casi nada, se explicaba en las universidades.
La historia de todas mis madres -las que eran lesbianas y las que no- fue ninguneada, cuando no manipulada o directamente ocultada. La historia de todas aquellas que resistieron a las convenciones y se rebelaron contra las limitaciones que quisieron imponerles. Artistas, escritoras, filósofas, científicas, cuyo intelecto y ansias de libertad tuvieron que soportar las limitaciones, cuando no la burla, el menosprecio e, incluso, la persecución y el castigo, de sus privilegiados compañeros varones y el sistema que sustentaba su poder sobre ellas. A pesar de ello y contra ello, fueron capaces de dejar su huella en la historia y llegar hasta mí, hasta todas nosotras. De ellas podrían aprender mucho las generaciones futuras, e incluyo, naturalmente, a los hombres que respetan y valoran a sus iguales. ¿Una asignatura sobre feminismo en las universidades españolas? Decididamente, con firmeza y sin dudarlo, Sí, señora Ministra. Se lo debemos a esas mujeres de nuestro pasado común que dan tanto miedo al ABC, a la COPE y a l@s que en pleno siglo XXI siguen diciéndonos que el feminismo es un pensamiento débil.