En días como estos pesa el ánimo y la pluma y pesa el corazón: cuesta toneladas de esfuerzos hilvanar las ideas, expresar los sentimientos, atemperar la rabia y el desconsuelo. Cuando un ser inocente, apenas acariciando la flor de la vida, muere como ha muerto el pequeño Gabriel en Almería, el diccionario se encoge como el espíritu y las palabras no fluyen. Podría acarrear aquí frases hechas y tópicos manidos por viejos y repetidos sobre la capacidad casi infinita del ser humano para lo mejor y para lo peor. Eso, no obstante, serviría de bien poco como consuelo de un alma abatida y horrorizada.
En días como estos, uno no puede sino admirar y emocionarse ante una mujer como Patricia Ramírez, la madre de "Pescaíto". Pocas horas después de que a su hijo lo encontrara la Guardia Civil muerto en el maletero de un coche, ha tenido la suficiente entereza para pedir a todo el mundo " que no se extienda la rabia, que no se hable de esa mujer más [la detenida por la Guardia Civil por su presunta relación con los hechos] y que queden las buenas personas". Hay que tener mucho corazón y mucho coraje para pedir algo semejante cuando a tú hijo lo ha encontrado muerto la Guardia Civil en un coche y la persona a la que detienen es precisamente aquella en la que habías depositado las sospechas desde el primer momento. Y es que en días como estos es esencial mantenerse lo menos contaminado posible del ruido y la furia de las redes sociales por las que en las últimas horas se han extendido los deseos de venganza y esa rabia desbordada que Patricia nos pide que no diseminemos a los cuatro vientos. En días como estos se impone mantener la cabeza fría para no ceder a la tentación de sacar a pasear nuestros demonios interiores. Si algo nos diferencia y nos eleva por encima de los animales es nuestra capacidad de raciocinio para diferenciar con claridad entre justicia y venganza. Por eso también, en días como estos deberían abstenerse determinados representantes públicos de aventar el populismo punitivo del que algunos son tan entusiastas. No tengo la menor duda de que penas aún más duras o cumplimiento integral de las condenas - cosa que ya ocurre en España en mucha mayor medida que en el resto de la Unión Europea aunque la sociedad tenga una percepción distorsionada sobre esto -, no habrían evitado el trágico final de Gabriel. Aunque suene a tópico, sólo es necesario mirar lo que ha ocurrido en los últimos años en los que, a pesar del endurecimiento del Código Penal, se han seguido produciendo casos especialmente execrables. Si con eso no bastara, siempre se puede recurrir a los resultados que en términos de descenso de la criminalidad ha conseguido la pena de muerte en Estados Unidos.
En días como estos, una sociedad democrática tiene el deber de imponerse a sí misma el apoyo a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado para que aclaren lo ocurrido con las menores incertidumbres y en el menor tiempo posible. Del mismo modo, es propio de una sociedad madura poner en manos del sistema judicial la valoración de las pruebas y el establecimiento de responsabilidades mediante a la impartición de justicia, sin hacer juicios paralelos ni dictar sentencia acogiéndose a la ley del Talión. Pero sobre todo, en días como estos es imprescindible estar con los padres de Gabriel haciéndoles llegar apoyo, solidaridad y cariño que, por desgracia y por mucho que sea, nunca será el suficiente para llenar el vacío que deja la muerte de un hijo que empezaba a vivir. En días como estos toca estar con quienes sufren la pérdida de Gabriel y con aquellos sobre los que recae la grave responsabilidad de aclarar los hechos y de enjuiciarlos de acuerdo con el pilar maestro de todo estado democrático: el derecho.