En el número de marzo de la revista "emBLoGrium" publiqué el artículo que a continuación reproduzco. En esta semana de homenaje a Cervantes creo que no se debe dejar suelto ninguno de los muchos cabos que derivan -y esperemos que por mucho tiempo siga siendo así- de su enorme figura y talento.
Este 2016 Miguel de Cervantes llevará ya 400 años bajo tierra en el Convento de las Trinitarias de Madrid. El creador de personajes tan humanos como Don Quijote de la Mancha, Sancho Panza, Rinconete y Cortadillo, Monipodio, Cipión y Berganza (sí, también ellos, pues aunque canes tienen más humanidad que algunos de los considerados así por andar sobre dos patas), Ginés de Pasamonte, Preciosa, el licenciado Vidriera, el bachiller Sansón Carrasco, Roque Guinart, Luscinda y Cardenio, Fernando y Dorotea… y tantos y tantos otros que la genial pluma del alcalaíno dejó fijados para siempre en letras impresas y que circulando en forma de libros han entrado a lo largo de más de estos cuatrocientos años en las mentes de sus lectores que se cuentan, o al menos se contaban o se han contado, por millones.
Hasta tal punto el apellido del autor de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” está asociado a la idea de “libro” que muchas son, o han sido, las librerías que tomaron ese nombre como marca distintiva para su negocio. Cualquiera que teclee en el buscador de Google la expresión “Librería Cervantes” se sorprenderá al ver que el diccionario predictor antes de que acabe de escribir la frase le abre un abanico de posibilidades: Madrid, Oviedo, Ceuta, Salamanca, Guayaquil, Fuenlabrada, ciudad de México, Olavarría (Buenos Aires), Logroño, y muchos lugares más en los que el inventor del caballero idealista dio nombre a otras quimeras empresariales que poco a poco y con denodado esfuerzo salieron para adelante gracias a la fe de sus emprendedores y al amor al libro y a la lectura de quienes sin desmayo fueron clientes suyos.
Hoy estoy triste porque uno de esos focos de cultura, una de esas empresas librescas a punto de alcanzar nada menos que los cien años de existencia, en dos meses cierra, baja la persiana, echa el candado. Hablo de la librería “Cervantes” de mi ciudad, Salamanca (España). Cuando el pasado día 15 de enero paseando por esta hermosa localidad vi anunciado su cierre en el escaparate no pude por menos que entristecerme pues una parte de mí también echará el cierre con ella.
¿Por qué están desapareciendo las librerías? Dejando a un lado los casos personales del tipo jubilación sin descendencia de los propietarios cual es el caso de la librería salmantina, cabe preguntarse si éste ya no es un negocio rentable, si a nadie le interesaría recoger el testigo cultural que desde 1920 “Cervantes”, elegante y con tanta dignidad, ha ostentado. Pues parece que no, que no hay nadie, ni privado ni público, que dé un paso al frente para continuar una labor de casi un siglo. ¿Por qué?La pregunta no merece la pena ser contestada pues todos conocemos la respuesta, la padecemos y en cierta manera la fomentamos: cambio tecnológico que está orillando el formato papel en beneficio del formato digital; cambio generacional que habiendo nacido ya en este mundo digital prefiere, cuando lo usa, el soporte informático en perjuicio del soporte libro, y pérdida continuada del hábito lector. Pese a ser “Cervantes” una librería especializada en manuales universitarios y rondar Salamanca la cifra de los 11.000 estudiantes, paradójicamente los beneficios por ventas venían siendo desde hace ya algún tiempo cada vez mas exiguos. ¿Qué pasa, qué está ocurriendo? ¿Es que para estar intelectualmente bien formado ya no hacen falta los libros? ¿O es que, como en tantas otras cosas, nos engañan y nos dejamos engañar hablando de la “generación mejor preparada”?
En fin, sea lo que sea y por lo que sea, la tristeza se ha instalado en mí. Los hombres pasamos pero nuestras creaciones permanecen. La librería salmantina “Cervantes” era una hermosa creación, una buena cosa, con afán de perdurabilidad cuando en 1920 la fundara Germán Sánchez Almeida, padre del actual propietario, Jesús Sánchez Ruipérez, hoy ya con 87 años. Pero los mismos hombres a los que sirvió para formarse y ascender en sociedad la han / la hemos apuntillado. Si así pagamos a quienes nos hacen y han hecho el bien, mi fe en el género humano se tambalea.
¡¡Descanse en paz y en nuestro recuerdo “Cervantes”, una vez más muerto!!