Revista Filosofía

En el bar de Warren

Por David Porcel
La intoxicación también nos entra en casa, no se engañen, solo que las mascarillas para la de siempre no se ponen a la venta. De hecho, nunca se llegaron a fabricar. Que sí, lo sé, podríamos vivir sin televisores, tabletas, móviles, dispositivos, aplicaciones, plataformas, ¿pero quién puede querer llevar esa vida ahora? La pedagogía del buen uso quedó obsoleta y ya nadie se traga eso de que "somos dueños de nuestros actos". Atrévete a querer por ti mismo, es lo que debería haberse profesado cuando todavía se veían las letras de neón y había personas de carne y hueso que en las películas de acción se jugaban el tipo. Ahora es todo por ordenador y el mundo lo hacen los informáticos, como diría el especialista Mike del bar de Warren (Death Proof).
En el bar de Warren                                 José Antonio Porcel, Azul
Se advirtió que éramos número cuando ya sólo sabíamos numerar. Demasiado tarde. No se trataba de leer más, sino de que no nos leyeran, para lo cual habíamos de cerrar las tapas y quedarnos a oscuras, como cuando de niños nos encerrábamos en un armario para no ser descubiertos o corríamos campo a través para llegar a ningún sitio. La emoción de la escucha, es lo que se ha perdido. ¿Pero hay de qué encerrarse? Me pregunto qué se dirán los amantes de la naturaleza ahora que los microorganismos están condenadas a ser los malos de la película. ¿Se atreverán a profesar su entusiasmo en las terrazas de julio? ¿Hasta cuándo esperará Netflix a comprar la serie de los nuevo Covid animados para el horario infantil? Cuando todavía podía hablarse me decía una alumna que el egoísmo aleja a la conciencia de la verdad, y que por eso solo los niños pueden amar de verdad. Qué razón tenías. En fin, adoro a las personas que se atreven, de verdad, a bajar las persianas y a soñar con los oídos bien abiertos. Os adoro. Sois mis héroes.

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