Reseña anónima aparecida el 27 de agosto de 1930 en el diario ferrolano «El Correo Gallego». Texto y titular proceden de la Hemeroteca del Ateneo Ferrolán, a cuyo presidente, D. Eliseo Fernández Fernández, va toda nuestra gratitud por su señalación y envío.
A las siete de la tarde de ayer, en el Centro Obrero de Cultura, dió una conferencia el culto publicista y batallador periodista madrileño [sic] D. Luis Hernández Alfonso.
Conferenciante fácil y ameno, en un estilo sencillo y galano a la vez, el orador desarrolló brillantemente el tema de su conferencia político-social, desde su punto de vista ideológico, con el cual no podrá acaso mostrarse identificado el auditorio y el lector, pero que por la forma de expresión y cautivante sencillez con que fué desarrollado mantuvo la atención y despertó las simpatías hacia el joven y culto escritor.
Comenzó éste advirtiendo que el problema que más hondamente afecta a la Humanidad es el que dimana de la lucha titánica que ha de sostener el individuo contra el medio ambiente y contra sus semejantes para vivir. La desigualdad económica pone en manos de los poderosos todos los derechos y carga los deberes sobre las sufridas espaldas de los desheredados.
Ninguna conquista política y ciudadana tiene efectividad dentro del pretendido orden social que padecemos, edificio harto estrecho para que en él pueda vivir —no vegetar— la colectividad humana. Los derechos conseguidos en la Revolución francesa no pasan casi nunca de garantías teóricas que no tienen realización en la práctica.
Los beneficiados por esta injusta estructura, ven avanzar la falange compacta de los que, siendo débiles hasta ahora, han logrado, mediante el contínuo ejercicio de sus energías, ponerse en condiciones para conseguir violentamente lo que, por medios pacíficos, no les fué reconocido.
Comprendiendo que esa lucha no puede prolongarse indefinidamente, se aprestan los poderosos a detener tal avance sin mirar para ello la mayor o menor licitud de los procedimientos que emplean.
Se lanzan entonces teorías tan peregrinas y malintencionadas como la que ha incorporado verdaderas monstruosidades en el Código penal checo, donde se autoriza (no imponiendo sanción) el aborto provocado por la mujer que carezca de recursos para mantener al nuevo hijo (1). Asombra que sabios criminalistas adopten resoluciones tan opuestas al orden natural (único legítimo), y en lugar de imponer a la sociedad la obligación de mantener a las criaturas, permitan su muerte. ¿Para qué sirve, pues, vivir colectivamente, si no tienen compensación alguna los sacrificios que esa convivencia requiere?
Es lo mismo que si, por tener unos pies grandes y unos zapatos estrechos, nos recortáramos los pies en lugar de fabricar un calzado más ancho. El absurdo es evidente. El régimen social es un «medio», no un fin. La colectividad humana es anterior al régimen y es éste el que ha de acomodarse a aquélla, y no a la inversa.
Para solucionar el pavoroso problema se han ideado regímenes de mayor justicia, siendo el que más garantías ofrece el comunismo. Ahora bien; ese comunismo, cuya enunciación lleva el terror al ánimo de los timoratos y los ignorantes, consiste simplemente en garantizar a todo ser humano «el derecho a la vida», mediante el cumplimiento de la obligación de trabajar. La sociedad asegura a cada hombre la satisfacción máxima de todas sus necesidades corporales y psíquicas, y, en cambio, sólo le exige que, durante cierto tiempo, cumpla un servicio civil obligatorio.
Se dice que este régimen trae consigo el peligro de la absorción del individuo por la sociedad. Error funesto. Esa absorción no existirá, puesto que sociedad e individuo tendrán perfectamente determinados sus deberes y derechos recíprocos. En cambio, en este pretendido «orden social» individualista, el hombre ha de luchar, él solo contra todos, desde que nace hasta que muere, para lograr el sustento, no lográndolo siempre, a pesar de imponerse sacrificios, sufrir dolores, anular su inteligencia y su vigor físico en un combate estéril. El hombre no puede dedicar su actividad a su propio perfeccionamiento y, en lugar de cumplir su misión —que todos la tenemos—, emplea su energía en atender a su vida.
Finalmente, ese comunismo no ha de ser dictatorial, sino democrático, cualidad ésta que es indispensable en toda república.
Y él puede tener razón de existencia en nuestro país con un régimen inspirado en dictados de justicia social.
El auditorio premió con merecidos aplausos la labor del conferenciante.
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[1] A esta disposición del Código Penal checoeslovaco volvería a referirse Luis Hernández Alfonso tres años más tarde, en su libro Eugenesia y derecho a vivir (Javier Morata, Madrid 1933): «Aparte de los motivos de verdadera eugenesia, es decir, de los casos en que el aborto se practica para evitar el nacimiento de seres monstruosos o inhábiles, es frecuentísimo ejecutar esas manipulaciones por el temor de no poder subvenir a la subsistencia de los hijos. A esto se le ha dado, desventuradamente, estado legal en el Código Penal de Checoeslovaquia, eximiendo de sanción a la madre que provocase el aborto por temor a la miseria» (pp. 106-107). [Nota de Pablo Herrero Hernández]