Pedro Paricio Aucejo
En la trayectoria biográfica de Santa Teresa de Jesús hay varios acontecimientos que han sido erigidos tradicionalmente como hitos de su conversión espiritual. El primero de ellos es el vinculado a su estancia como alumna interna en el monasterio agustino de Nuestra Señora de la Gracia de Ávila, donde permaneció como doncella seglar desde julio de 1531 hasta diciembre de 1532. Allí empezaron a cambiar sus sentimientos de aversión hacia el estado religioso. La transformación se produjo al contactar con la madre María Briceño, a la que Teresa admiraba. Su manera de hablar de Dios desde la propia vivencia personal permitió que la futura descalza experimentara ´más amistad de ser monja´ y reconociera que, gracias a esta agustina, ‘parece quiso el Señor comenzar a darme luz’.
Un segundo momento de conversión fue el vivido ante la imagen del ‘Cristo muy llagado’. Allí reflexionó sobre la locura del amor que Dios manifestó por ella (‘fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía’) y, sintiéndose profundamente desagradecida por su vida llena de ‘ruines costumbres’, le rogó que le ayudase ‘ya de una vez’ a no ofenderle. Impregnada de sentimientos de dolor, pena y falta de decisión definitiva, leyó Teresa de Ahumada las Confesiones de San Agustín.
El libro llegó a sus manos posiblemente en la cuaresma de 1554: ‘En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que parece que el Señor lo ordenó, porque yo no lo procuré, ni nunca las había visto. Yo soy muy aficionada a San Agustín, porque el monasterio adonde estuve seglar era de su Orden; y también por haber sido pecador, que en los santos que después de serlo el Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí ‘.
Con su lectura, la mística castellana reflexionó sobre su propia vida a la luz de la descripción que el obispo africano hace de la suya en esta obra. El texto caló en su alma y le afectó hondamente, produciendo en ella lo que podría llamarse la conversión propiamente dicha: ‘Como comencé a leer las Confesiones, paréceme me veía yo allí […]. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el huerto no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas y entre mí misma con gran aflicción y fatiga’.
Para el agustino José Luis Cancelo García¹, la carmelita universal se vio a sí misma como si estuviera ante un espejo: percibió la batalla que ella estaba llevando a cabo, se vio luchando por una entrega total de sí a Dios, pero, como en el caso de Agustín, una entrega siempre añorada y constantemente aplazada. Se podría decir –según Cancelo²– que “la situación espiritualmente anímica de Agustín y Teresa es la misma. En los dos se da el llanto por la falta de decisión para ser verdaderamente libres. La razón y el motivo también es idéntico: la lejanía de Dios”.
Sin embargo –siguiendo el análisis del estudioso agustino–, es diferente la intensidad del alejamiento de Dios, pues Teresa nunca dejó de creer, sus faltas eran leves y su conversión fue fruto de un incremento en la oración mental, en el amor a Dios, en el desapego de las criaturas y en la diligencia en la evitación de pecados veniales. También la señal provocadora, en el último momento, es distinta en ambos: en Agustín, la lectura del texto de la carta de San Pablo a los Romanos (13,13); en Teresa, el estímulo de la imagen de Jesucristo en la cruz y la lectura de las Confesiones.
En definitiva, este libro no supuso para Teresa la conquista de la libertad plena para entregarse a Dios, pero sí un gran empujón: ‘comencé más a darme a oración y a tratar menos en cosas que me dañasen, aunque aún no las dejaba del todo, sino –como digo– fueme ayudando Dios a desviarme’. El texto influyó poderosamente en su voluntad y la llevó hasta el punto en el que a ella solo le quedaba ya ‘darse del todo a Dios’. San Agustín la puso a las puertas para dar el último paso: la conversión definitiva tendría lugar en la pascua de Pentecostés de 1556.
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¹Cf. CANCELO GARCÍA, José Luis, ‘El agustinismo de Santa Teresa (1515-1582)’, en SANCHO FERMÍN, F. J., CUARTAS LONDOÑO, R. y NAWOJOWSKI, J. (DIR.), Teresa de Jesús: Patrimonio de la Humanidad [Actas del Congreso Mundial Teresiano en el V Centenario de su nacimiento (1515-2015), celebrado en CITeS-Universidad de la Mística de Ávila, del 21 al 27 de septiembre de 2015], Burgos, Grupo Editorial Fonte-Monte Carmelo-Universidad de la Mística, 2016, vol. 2, pp. 123-157.
²Op. cit., pág. 131.
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