Revista Cine
En el momento en que los estudiantes españoles deben examinarse para optar por una carrera que les descubrirá el autoempleo o la oposición como única posibilidad de escape, salvo que papá haga las transferencias y pague los másteres y cursos exclusivos que sigan manteniendo el apellido en boca de todos, Alabado Obama pide culos que patear traducidos a dólares que limpien tanto animal petroleado, callando la comparación: los 50 centavos de indemnización de la vida de cada indio muerto desde 1984 por el "homicidio culpable sin grado de asesinato" de la compañía de pesticidas Union Carbide India Limited, dependiente de la norteamericana Union Carbide Corporation -la cifra de víctimas podría superar las 20.000, lo que origina un asunto que huele peor que las cañerías de la White House-, son tan justos como los millones recaudados por el desastre de BP, en el mismo momento que Moody's, una de las tres cándidas hermanas que califican el crédito de los demás y te cose una A en la solapa con hilo de oscuro Hawthorne o, si eres casa de aúpa, tres, cual grupo parapolicial de la extrema derecha argentina, busca y suma los papeles del refulgente diamante europeo que resultó ser más falso que un billete de 500 Euros y remueve Santia con Romago, en ese preciso instante de pruebas de conocimientos, conciencia, liquidez, el futuro, que ayer ya estaba aquí (medidas efectivas contra el paro, refundación de la banca, ayudas a la industria, a la construcción, abaratamientos de los despidos, nuevos contratos laborales...), vuelve a escapársenos y estar más lejos, mucho más, y uno se mira en el espejo y se pellizca. Y lo haces porque has escuchado a tu médico de cabecera que junto con el recorte de su nómina ha decidido llegar diez minutos tarde a su consulta diaria (doy fe y callo no sin decir si le cuento lo mío), has visto que los de hacienda sellan los documentos reclamados de mala manera con el mismo argumento (ellos, que deberían ser los más concienciados al saber como están las cuentas de cualquiera de sus vecinos) y algún funcionario te telefoneó para contarte que no sabía que hacer con la huelga (pasó el 8 de junio y hube de explicar que la diferencia entre ser de derechas o de izquierdas es hacer las cosas por uno mismo o por todos: no secundó la propuesta, esgrimiendo otros argumentos tan válidos en principio, como los que recibió).
Y, tras el pellizco, descubres que no es otro quien se refleja en el espejo, al menos no muy distinto al de ayer mismo o al de mañana, barba más o menos rala y rojo solar menos o más intenso, y piensas que al final algunos pagarán, que todo es una estrategia para poner en marcha las sucursales de una nueva caja europea que poco a poco irá guardando nuestros ahorros y así, en unos años, predicarán desde Frankfurt, Estrasburgo, Berlin, que se acabó, que los gobiernos soberanos y la Jefatura Comunitaria no responderán por el dinero no depositado en su Citizen Bank y etc y etc, porque no es posible, dices intentando descifrar si el del espejo que te sigue en los actos lo hace también en los pensamientos, que sólo tú te hayas dado cuenta que el poder absoluto y resolutivo que en el XIX todavía permanecía en manos de los militares, y fue a parar, no sin arte, a los políticos que siguen haciéndose los imprescindibles y ocupan los sillones más mullidos, no se puede dejar en manos de nadie al margen del Estado, porque querámoslo o no, lo amemos o detestemos, las democracias europeas son las menos malas de las dictaduras conocidas (en el momento en que el voto se recuenta, las leyes pasan a servir al representante, y por tanto el peligro de uso y abuso, el del dictado con razón o sin ella).
Y cuando estás pensando en ello, si el minotauro es España o la angelita Merkel, si Sarkozy se perdió en el laberinto o al buscar la entrada, cuando algún profesor resentido por la rebaja decide el futuro de un estudiante soñador y necio, por cándido, de una joven (¿mejor jóvena, sita Bibiana?) que jamás conocerá, suena el móvil, ese artilugio que ha conseguido entre otras cosas que algunos no pisemos las salas comerciales de cine, y, con su canto de canora vuvuzela, pierdes el hilo. Y comprobado que era otro sms de publicidad de Google que suena a engaño, te sientas y te sientes como Ariadna. Y gritas pidiendo un Teseo, que se evapore el futuro o que entremos de una vez en él, que es inaguantable el hoy, la espera, la paciencia, este permanecer aferrados al sanguinolento siglo XX.
Ariadna y Teseo, Regnault