El gesto interpretado por Frank Gehry durante una conferencia de prensa, en respuesta a la afirmación de que sus obras no pasan de ser arquitectura espectáculo, puede considerarse una reacción errónea pero aislada a una pregunta maliciosa. Sin embargo, el propio Gehry sube la apuesta de inmediato y afirma que “en el mundo en que vivimos, el 98 por ciento de los edificios que hacen son pura mierda, son malditos edificios sin sensación, ni sentido del diseño, ni respeto por la Humanidad”(1), una aserción desmedida que no aporta ningún elemento sustancial para mejor el statu quo de la arquitectura.
Por el contrario, llama la atención que esta formulación provenga de quien navega los límites de la disciplina, mediando en los últimos años un trabajo sobrecargado de objet trouvé dedicado a fortalecer su propio ego más que a cualquier otra cosa.
La arquitectura de Gehry como hecho cultural trasmisible resulta engañosa, habida cuenta que carece de cualquier referencia y tiende a producirse como un objeto indeterminado donde se fomenta el sello de una obra única y absoluta, pensada para el espectador más que para el visitante, y donde la ciudad no es vista como el resultado de una construcción combinada sino como el soporte necesario de los objetos producidos cuyo resultado es más efectista que efectivo.
Gehry sostiene que hay poca gente relevante en el campo de la arquitectura y que solo de vez en cuando algunas personas hacen “algo especial”. Sin establecer juicios de valor sobre esas afirmaciones, no desdeño la posibilidad de que a futuro “algunas personas” nos conmuevan con “cosas especiales”, sólo considero que resulta necesaria una arquitectura capaz de fortalecer el concepto de ciudad como espacio habitable del colectivo humano.
Marcelo Gardinetti, 2015©
Fotografía: ©EFE
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1. Fuente: Agencia EFE, Conferencia de prensa de Frank Gehry en Oviedo, octubre de 2014