Me encanta Jonathan Carroll. Siempre me ha encantado, desde que hace bastantes años ya, leí The bones of the moon. Desde entonces, intento leer alguna novela suya todos los años pero, las dos últimas, Los dientes de los ángeles y éste El museo del perro han bajado su nivel en mi mente. Los dientes de los ángeles me gustó, pero poco más. En El museo del perro he empezado a ver que lo que siempre consideré, y me fascinó, como sentido de la maravilla, son en realidad patrones que se repiten en muchos libros y que acaban dejando mensajes de autoayuda en clave fantástica, o eso me ha parecido esta vez. Si es así, he tardado demasiado en darme cuenta, tal vez, por que, como he dicho nada más empezar, me encanta Carroll.Por este motivo, y aunque el libro me ha parecido aceptable, se me ha hecho un poco cuesta arriba y he tardado más de lo que esperaba en leerlo, lo que me ha llevado a dos fines de semana en lugar de uno y, por tanto, a dos botellas de vino en lugar de una: Bora, una garnacha del Somontano; y El Miracle, una garnacha tintorera de Valencia. Como no quiero ser muy pesado, e imagino que a la mayoría de los que leen este blog, el vino se la trae al pairo, solo daré mi opinión del vino valenciano. Un libro, un vino. Si, por un casual, alguien quiere que le diga que me ha parecido el otro vino, que me lo diga y punto.
El museo del perro nos narra la historia de un famoso arquitecto al que se le encomienda la construcción de un museo en homenaje al conocido como "mejor amigo del hombre": el perro. Pero habrá de construirse en un lugar diferente al del país de origen del promotor, Saru, que se encuentra sumido en una guerra civil.
Como siempre, la escritura de Carroll resulta engañosamente fácil de leer. Las frases nos envuelven como si de una conversación en tiempo real de nuestro entorno se tratase. Con una fluidez y ligereza absolutas, parece que se escriba, y lea, sin ningún esfuerzo. Pero poco a poco vemos que se van incrementando las particularidades y los foros de interpretación.Se trata, como casi siempre, de una historia de personajes, en la que estos dan el do de pecho por encima de la propia trama de la novela. Todos ellos resultarían sumamente interesantes si no fuera porqué, como he dicho, empiezo a observar un patrón característico en las obras de Carroll. Todos los protagonistas de sus novelas se encuentran en un estado de indefensión psicológica, están perdidos en algún punto de su vida y su futuro es indeterminado. Y siempre aparece la figura aleccionadora que los instruye y redirige espiritual, moral y personalmente, pero siempre en un ámbito religioso. Normalmente suele ser un personaje algo místico: un espíritu, fantasma, e incluso una manifestación de Dios o de la Dama de la guadaña. En esta ocasión, el personaje de Venasque me ha resultado tan conocido que no tengo claro (no recuerdo) si no sale en alguna novela anterior con el mismo nombre y cumpliendo el mismo cometido.
Por supuesto el amor es una tema que también tiene cabida en la literatura de Carroll y, ahora comprendo, que es lo más normal del mundo teniendo en cuenta la vena religiosa de sus obras. En esta ocasión el protagonista juega con el amor de dos mujeres, pudiendo perder, como es normal, a las dos.Por cierto, la ubicación geográfica también se repite en las novelas de Carroll: debe estar enamorado de su país de acogida, pues no hay novela suya en la que Viena no tenga cabida.Aunque bueno, eso también se podría decir de los compañeros de los libros de las reseñas de este año, siempre cumplen el cometido que espero de ellos: disfrutar el momento ideal. El archinombrado Carpe Diem, me viene a la mente en este instante. El placer del vino con un buen libro me resulta impagable.En esta ocasión he dicho que voy a hablar del vino de la Bodega valenciana Vicente Gandía, El Miracle by Mariscal. Como en la reseña anterior, se trata de un varietal de garnacha tintorera. Concretamente de la añada 2011 y con un precio fantástico teniendo en cuenta la calidad, 6 euritos nada más. Vemos un color rojo cereza con ribete color granada y una lágrima gruesa descender por la copa al agitarla. No reconozco ningún aroma al olerla, pero me gusta (sí, lo sigo intentando. Qué pasa). Al probarlo noto una marcada acidez, no fuerte, sino muy alegre. Taninos carnosos y un fuerte sabor a fruta negra madura, acompotada, y notas a especias, clavo o comino tal vez. Es un vino complejo que, teniendo en cuenta mi inexperiencia, no soy capaz de definir, pero reconozco que me gusta mucho. Sobre todo la acidez y las notas a cacao y regaliz finales que quedan en la garganta cuando se va apagando el sabor.
Pero bueno, continuemos con la novela. Es cierto que intenta ser ejemplarizante, pero resulta demasiado aleccionadora a mi modo de ver. Ante un protagonista estereotipado que cumple todos los requisitos de una personalidad antisocial (rico, arrogante, presuntuoso, mujeriego, exitoso, etc.) se nos muestra una novela plagada de mensajes encaminados hacia un personaje menos materialista, más humano, mejor persona en el sentido católico del término.A pesar de todo resulta interesante el trasfondo de la novela: la trama de la guerra civil de Saru y el consiguiente traslado de la ubicación del museo del perro, aunque la problemática surgida por la multinacionalidad de los obreros me parece algo forzada. El asunto de la guerra civil se convertirá también en mensaje acerca del odio intercultural, interracial, o de cualquier otro tipo, y la petición de paz es clara por parte de Carroll al conseguir trasladarla de su lugar de origen a la ubicación de destino del museo, pese a encontrarse en el corazón de Europa.
Tengo claro que no me ha gustado el final de la novela. El motivo "verdadero" de la construcción del museo está hecho para concordar con esta religiosidad de la que hablo y me parece tan irreal que lo chafa todo, en mi opinión.No puedo, sin embargo, quitar el mérito a su estilo, ni a la creación de sus personajes ni a los ambientes, tan bien recreados que nos hace sentir allí. Evidentemente todo esto también ha de ser volcado al idioma del lector, y hay que felicitar la labor de traducción de Manuel de los Reyes, que es quien en realidad consigue que la pluma de Carroll surja tan fluida en castellano.
En definitiva, es una buena novela, como todas las de Carroll, no me cabe duda, quizás en otro momento me hubiese gustado más, pero algo no ha terminado de convencerme. Tengo en la recámara El fantasma enamorado para darle un tiento más adelante, a ver que tal.En esta ocasión he de reconocer que me ha gustado mucho más el vino que la novela, pero aun así no puedo dejar de recomendar a Jonathan
Carroll. La novela no me convence pero el autor es un imprescindible de la fantasía.
Por cierto, el vino es una gozada. Supongo que ya os lo imaginabais.