Revista Cultura y Ocio

En el nombre de Dios.

Publicado el 16 mayo 2010 por Alguien @algundia_alguna

La literatura está poblada de curas torturados por las contradicciones que se suscitan dentro de ellos, en ocasiones alentadas por una vocación extraviada. Stendhal, Tolstoi, Sartre, Gide, Green, Eça de Queiroz, Galdós, son algunos de los muchos autores que han creado sacerdotes alejados del modelo de moralidad y bondad pregonado por la Iglesia católica.

Texto: Yolanda Rinaldi. Milenio. 15.05.2010.

En el nombre de Dios.
“Stendhal describe al Obispo de Agde, en Rojo y negro, ensayando frente al espejo, con un aire de gravedad, el modo de impartir las bendiciones. De golpe, la imagen plantea la idea de máscara. Agde asume una personalidad para realizar una actividad humana; de forma que hay en su actitud un oficio de vivir. El problema es que enmascarado, finge y mantiene de por vida ese desdoblamiento. Bachelard diría que toma esa máscara como un rostro.

Por fortuna es ficción y sólo la literatura es impostura. Al respecto, a lo largo de la historia de la literatura, infinidad de escritores han concebido personajes de curas católicos torturados y contradictorios, que los revelan prisioneros del doble amor: apegados a su dogma eclesial, pero exaltados ante el hervor incesante de la vida. Tolstoi, Sartre, Gide, Green, Unamuno, Eça de Queiroz, Sender, Bernanos, Arana, Bataille, France, Galdós, Chesterton, Guareschi, Miró, son algunos de los muchos autores que moldean el retrato vital de personajes de sacerdotes en conflicto. Que se construyen para oficiar misa y hablar del mal, de la resignación, del dolor, del sufrimiento, de la promesa de vida eterna. Inclusive, sin detenerse a reflexionar “si Dios oye nuestras oraciones o si incluso existe…”, como plantean en un diálogo los sacerdotes en Narciso y Goldmundo, de Hermann Hesse.

En efecto, en la tradición religiosa se habla de que los sacerdotes son los intercesores entre los hombres y Dios; que mediante oraciones y sacrificios conceden imposibles… hasta la promesa de vida eterna; por consiguiente, no es una abstracción que Nietzsche, a ras de tierra, con su “piadosa” ironía e ingenio los denomine “profetas de la muerte”.

La imagen intocada del sacerdote ha llegado a justificarse como parte de un orden más alto, de modo que nada hace suponer que la energía de la vida se agita en su interior y menos, aventurar que Clemente de Alejandría se equivocó al asegurar en El pedagogo que los sacerdotes curados ya de las pasiones, exhortan a los demás a cumplir con sus deberes para alcanzar la salvación; los sacerdotes forjan su tarea afianzados en su buena conducta. Stendhal no los concibe así, en Rojo y negro, Sorel se pregunta: “Todos esos curas bribones… ¿tendrán el privilegio de conocer la verdadera teoría del pecado?”

Lo anterior nos representa que en el “reino” terrenal, la conducta de los sacerdotes parte de un complejo esquema de comportamiento moral fijado por la jerarquía católica romana; conducido por una lógica sin falla. Si bien a veces se percibe la sospecha de que también privan la amistad y el afecto en asuntos de su responsabilidad. Ese parece ser el mensaje de la Iglesia católica que se demoró en actuar en el delicado tema que cimbra hoy los sótanos del vaticano. La Curia Vaticana vive una crisis de la que no se puede descargar”.

Leer artículo completo en Milenio.

En el nombre de Dios.



Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revista