Revista Opinión

En el patio de vecinos

Publicado el 21 abril 2013 por María Pilar @pilarmore

En el patio de vecinos

Los Relojes Blandos de Dalí

He parado el reloj Son las siete menos cinco Las siete menos cinco Detenidas, congeladas Un minuto, una eternidad.
Un piso por debajo Su eco sigue sonando Las horas, las medias, los cuartos...
Eso es lo que ha escrito mi dueña, pero si  pudiera escribir mi historia os diría que me trajeron de Suiza. Soy pequeño y cantarín, mi casa es de madera de caoba y fue trabajada por un famoso ebanista, su nombre luce en letras negras en mi esfera. Mi dueña me desembaló con mucho cuidado y me colocó en una columna al lado del luminoso mirador, el sitio ideal, manifestó, porque así presidía todo el salón. “Esta vez te has pasado”, le dijo con una radiante sonrisa a  mi comprador. Así comenzó mi eterna andadura con una exactitud propia de mi condición suiza. El golpeo de mi maquinaria es sutil y armonioso. Hipnotizados se quedan todos mirándome al escuchar mis embaucadores trinos con los que doy salida a los latidos de mi corazón. La que más, mi dueña; hay que notar la suavidad de sus dedos cuando me acaricia, aunque ella dice que me está quitando el polvo.
Cuando entreabrió la puerta cuyo timbre no paraba de sonar, la vecina cotilla del bajo se coló hasta el salón .
—Pero ¿qué pasa? Te veo muy nerviosa. —¡Verás! Es que como no viniste a la reunión de vecinos, pues hablé yo por ti y bla, bla, bla,…
El efecto cascada de su voz en los oídos me dejaba imperturbable, pero no me pasaron desapercibidas sus miradas envidiosas y sus ojeadas asesinas.
Pronto, el sonido carraspeño de un impostor se hizo notar por todo el edificio, acompañado de un carillón que marcaba la melodía “ave, ave, ave María…” a los cuartos, las medias y las enteras. Con su peso y envergadura, no pudo seguirme y pasó a hacerme el eco retrasándose unos minutos cada día; lo que convirtió el edificio en una torre de babel: día y noche se oían campanadas, pero nunca sabían qué hora era. Esta situación desató la alarma de dimes y diretes por todo el vecindario.
Otro vecino llamó a la puerta, quedo y silencioso habló con mi dueña. No pillé ni una sola palabra, pero en cuanto cerró la puerta, ella  se acercó a mí y me asfixió.
Mi eco sigue sonando con su desbarajuste  enloquecido.

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