Revista Libros

En el pozo, con el péndulo

Publicado el 20 mayo 2010 por Alfonso

Edgar Allan Poe, predestinado poeta desde su cuna y bautizado sin el Allan de la acaudalada familia que lo adoptó no oficialmente cuando quedó huérfano, situó en la España inquisitorial una de sus narraciones más extraordinarias e inolvidables, El pozo y el péndulo. En ella, fantasía de frágil base histórica, un condenado a muerte que despierta en una celda con un mecanismo que silba y oscila sobre su cuerpo atado, cárcel de paredes que se desplazan en forma de rombo amenazante, es salvado por la repentina irrupción en escena de las tropas francesas del general Lasalle. El poder estaba ahora en manos del enemigo y él era liberado.
El escritor bostoniano, que poca presentación necesita aún para los no aficionados a la buena literatura -¿quién no conoce el poema de amor a Annabel Lee, los nevermore que grazna su cuervo, ha pasado miedo al saber de sus cuentos de necrofilia, su romanticismo gótico, su delírium trémens?- hace de Toledo, cruce de caminos cristianos, judeos y árabes, casa de El Greco, fábrica de espadas y cuchillos, la ciudad negra del cuento arriba resumido. Pero también fue en época visigoda y aun anterior, lugar de concilios, y desde finales del XX capital de un parto capital conocido como el Pacto de Toledo, entre otras muchas grandezas. Es desde entonces, 1995, que, no sin pocas recomendaciones anteriores del Banco Mundial y un francés apellidado Delors -¡oh, no!, otra vez ellos, los señores del dinero y los extranjeros-, se sientan las bases de un sistema de pensiones en el estado español que parecía blindado, casi más intocable que la Constitución de 1978, esa que ningún afectado directo que camine hoy con menos de 51 años a su espaldas pudo refendrar en su momento. Pero he aquí que descendidos todos al pozo de la crisis, el agujero negro donde se suman los negativos de la inflación, del PIB, del IBEX35, la moneda euro (esa que dejo para siempre un problema matemático que ni la conjetura de Poncairé, a saber: 166,386x2002= 100), la inversión y un largo etcétera, parece que nada ni nadie es intocable e inmortal. Expectantes pues todos a ver como afectan esos recortes, esos tajos al apretón de manos y plácemes de orillas del Tajo. A que el jubilado asuma la suya, como el inválido, el funcionario de oficina, el médico de cabecera, el policía local, el nacional y hasta el militar. A que los que viven con la espada de Damocles -¿acero toledano a. C.?- en forma de nómina mensual, cuando hay fiel pagador, se repantingen frente a sus televisores y respiren con pequeño alivio. A que los de las SICAV (Koplowitz, Del Pino, Mera, Fernández-Somoza, Caravantes, Ortega, Núñez...), la iglesia, la monarquía, los sindicatos y otras cuatro mil organizaciones pedigüeñas sigan viendo sin inmutarse el balanceo de la cuchilla sobre las cabezas de los arrojados al fondo de un pozo frío y de espantos. A que la vida siga igual.
A Edgar Allan Poe se le atribuye popularmente la frase que afirma que la realidad siempre supera a la ficción, aunque no aparece documentada en sus escritos. Lo que si dijo es que tenía una gran fe en los tontos, autoconfianza la llaman mis amigos, añadía. La primera parte de su creencia la hago mía. Y la segunda, por supuesto, aunque nadie lo corrobore. No se si algún político sería capaz de crítica tan personal. Los que gobiernan y opositan, no. Los demás, los del claro que sí, están por nacer.
EN EL POZO, CON EL PÉNDULO
Edgar Allan Poe

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