Revista Psicología

En el principio está el verbo

Por Gonzalo


Como Aristóteles viene a recordarnos, sólo el  hombre entre los animales posee la palabra: la voz es indicativa del dolor y del placer, por eso otros animales la tienen también. La palabra, en cambio, existe para manifestar lo que es conveniente y lo que es malo, lo justo y lo injusto. En el origen del poder está la palabra. El Génesis lo confirma: el poder todopoderoso de Dios también necesita expresarse a través de la palabra. Dado que el poder es relación, aun desde su inmensa soledad, Dios Habla: “Dios dijo: Hágase la luz. Y la luz se hizo”. Aquí se disipa cualquier duda sobre el hecho de que Dios ha sido creado a imagen y semejanza del hombre.

Dios, cuando quiso dar pleno poder al hombre, hacerle rey de la creación, “formó de la tierra a todos los animales del campo y a todos los pàjaros del cielo, y los condujo delante del hombre para ver cómo les llamaría, y porque el nombre que el hombre otorgara a cada animal vivo, aquél fuese su nombre”. Nombrar es identificar: el padre pone nombre a los hijos, el poder disciplinario enumera a prisioneros y enfermos, la policía interpela a los ciudadanos. El poder nace de la palabra. Cuando el hombre adquiere la palabra se revela contra Dios. Y en un momento dado (episodio de la Torre de Babel) Dios opta por vengarse provocando, como castigo, la confusión de la palabra, el disparate. De la confusión surgió la pluralidad: la Torre de Babel no era una ciudad porque la unidad en el proyecto único y total y la ciudad son incompatibles. (Un bello cuento de Kafka: El escudo de la ciudad, expresa la contradicción entre unidad y ciudad).

El poder es la eficacia de la palabra. Poder es capacidad de acortar la distancia entre la palabra y la acción, entre la expresión de una voluntad y su materialización. Cuanto más corta es esta distancia más poderoso es el que gobierna. Cuando se pronuncia la palabra, la orden, y no se concreta la acción, el poder está en crisis.

Resumiendo: el poder es una relación transitiva resultado de la diferencia de capacidad (potencia) de los dos polos de cualquier relación social, que se expresa por la eficacia en convertir la palabra (el gesto, la indicación) en acción de los otros o por los otros. Hobbes descubre en la humanidad “un deseo perpetuo e insaciable de poder tras poder, que sólo cesa con la muerte”. Los polos de poder son hombres o figuras en las cuales los hombres han proyectado sus deseos insaciables.

Centrémonos en los dos polos de la acción de poder: el que manda y el que obedece, el amo y el esclavo, el gobernante y los gobernados, el superior y el inferior: Uno y los demás. A la orden -la palabra: “Dios dijo”- que domina la relación de poder, corresponde la realización de esta orden, la obedicencia-: “Y así fue”.

¿Por qué la servidumbre voluntaria? Hay tres causas: el hábito, la mixtificación y el interés. Casi siempre hay un pecado original en el pensamiento político, una caída, una antes feliz, un después hecho valle da lágrimas (transitado por el conflicto y ordenado por el poder). La servidumbre sería un hábito que se habría impuesto a la propia naturaleza libre del hombre: “lo natural se pierde si no se cultiva”.

Pocos osan decirlo, porque en tiempos dados al eufemismo políticos e ideólogos disimulan: pero en el fondo todo gira conforme a la vieja idea de que unos han nacido para mandar y otros para obedecer.


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