«El café beneficia mucho más a quienes lo consumen que a quienes lo producen. En Estados Unidos y en Europa genera ingresos y empleos y moviliza grandes capitales; en América Latina paga salarios de hambre y acentúa la deformación económica de los países puestos al servicio. En Estados Unidos el café proporciona trabajo a más de seiscientas mil personas: los norteamericanos ganan salarios infinitamente más altos que los brasileños, colombianos, guatemaltecos, salvadoreños o haitianos que siembran y cosechan el grano en las plantaciones. Por otra parte la CEPAL nos informa que, por increíble que parezca, el café arroja más riquezas en las arcas estatales de los países europeos, que la riqueza que deja en manos de los países productores. En efecto, "en 1960 y 1961, las cargas fiscales totales impuestas por los países de la Comunidad Europea al café latinoamericano ascendieron a cerca de setecientos millones de dólares, mientras que los ingresos de los países abastecedores (en términos del valor f.o.b. de las mismas exportaciones) solo alcanzaron a seiscientos millones de dólares". Los países ricos, predicadores del comercio libre, aplican el más rígido proteccionismo contra los países pobres: convierten todo lo que tocan en oro para sí y en lata para los demás –incluyendo la propia producción de los países subdesarrollados. El mercado internacional del café copia de tal manera el modelo de un embudo, que Brasil aceptó recientemente imponer altos impuestos a sus exportaciones de café soluble para proteger, proteccionismo al revés, los intereses de los fabricantes norteamericanos del mismo artículo. El café instantáneo producido en Brasil es más barato y de mejor calidad que el de la floreciente industria de los Estados Unidos, pero en el régimen de la libre competencia, está visto, unos son más libres que otros».
Las venas abiertas de América Latina (1971)
[Extracto del libro escrito por Eduardo Galeano]
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