Despertar sabiendo que podemos perder la pelea con el día. Que lo que es cotidiano, a veces elemental no será. Que derechos fundamentales están siendo burlados, que hay que caletear y cambimbiar por demasiados sitios en un día para conseguir unas raciones mínimas de comida, estamos a la orden de lxs especuladorxs de oficio. Las mujeres dedicadas casi a tiempo completo a este beta, más maltratadas. Pasar el tiempo en resolver lo básico. La violencia inoculada, malandrxs financiadxs, importadxs matonxs. Que te haga falta la arepa, la leche y el café, aunque puede que sepas que la comida que nos venden empacada nos envenena. Un entramado como telaraña de pasadera de trabajo, de alegrías cotidianas que llegamos a acumular, evaporadas (¿?). Que la escalera del metro te diga que no, que los torniquetes sean la moda de media mañana. El cajero de banco negado a darte tus reales porque no eres de ese banco y los puntos no sirven, cada vez más. O que simplemente no tengas ni medio a media quincena con todo y tus nuevos dotes de administradora. Descubrir que la paciencia no es china nada, es venezolanita. Que el deterioro, como a propósito, de la ciudad nos trague. Que la tensión pueda casi tocarse. Que nuestro famoso sentido del humor esté fugado hasta nuevo aviso. Que te trague la corrupción o burocracia privada en alguna compra o trámite. Necesitar una medicina, no tenerla y saber que hay quien vive en dólares y compra absolutamente todo por internet, incluida tu medicina. Que quienes vivimos los ochenta y los noventa tengamos cada tanto la sensación de haber retrocedido al tiempo donde o eras pobre en banda o eras ricx.
Esta percepción de guerra que no terminamos de creernos porque nos dijeron que las guerras solo se hacen con aviones y tanques, con bombas. A estas alturas es jodido no estar buscando un culpable y un salvadxr. En la calle pareciera que hay quienes tienen las respuestas, en la televisión te explican, en las redes te dicen, en los pasillos te murmuran. Quienes no queremos que piensen por nostrxs mejor nos hacemos las preguntas necesarias y seriamente le seguimos la pista a las respuestas. Dicen que la curiosidad mató al gato, pero mejor sospechar del dicho y sus intenciones.
¿Quiénes se pueden estar beneficiando de este peo? ¿ Quién produce las cosas y quién las esconde, dónde, dónde las vende, más allá del bachaquero o bachaquera que de algún lado sacan la mercancía? ¿Por qué hay burda de mercancía carísima e importada en algunos automercados, quién la puede comprar y por qué? ¿Por qué si no hay agua y azúcar Polar vende refrescos y aguas saborizadas como locxs? ¿Por qué me dicen que no tienen plata para importar? Si producen porque importan tanto y hablan de dólares y dólares todo el rato. ¿Por qué los medios privados todos dicen lo mismito? Tal vez ayude preguntarnos, por ejemplo, si lo que pasa en Venezuela guarda relación con lo que pasa en el mundo. Grecia dijo que no y la obligaron. Siria dijo que no y les están masacrando. ¿Quién podría querer nuestros recursos naturales y a qué estaría dispuesto para obtenerlos? ¿Quiénes se vendería, o se han vendido ya y quienes no? ¿Quienes mandan en este mundo lleno de injusticias y crueldades hablan bien de quiénes en nuestro país y de quiénes hablan mal y por qué? ¿ Lxs corruptxs, estén donde estén, al final son la misma gente?¿Necesitan hacernos todo esto para demostrarnos que los éxitos de estos años no fueron reales? ¿Quiénes quieren llegar a Miraflores y para qué?
Reaccionar con acciones concretas e inteligencia creativa puede ponernos en el camino correcto. Quienes vivimos los ochenta y los noventa podemos sentir el olor a pobreza y muerte que traen en las maletas quienes no respetan Venezuela. No nos dejemos, sigamos siendo tan fuertes como hasta ahora. Culpar a uno y buscar la salvación en otrx puede ser la mayor de las trampas, un túnel del tiempo a un pasado que habla con cifras de sus verdades y sus violencias. Las armas nuestras pueden ser preguntar y saber respondernos.
Revista América Latina
Por: Carmen Lepage
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