Revista Educación

En estado puro

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Foto: Nuria Hernández

Foto: Nuria Hernández

Amanece, es otoño. Huele a tierra mojada y la panza de burro se cierne sobre el Valle de La Orotava como una amenaza y como una bendición, cualquiera que lo vea como mejor le parezca. No hay demasiados turistas caminando por El Rincón, pero sí que de vez en cuando se ve a alguno, con las medias y las sandalias, un bastón y una mochila.

Comienza a caer una suave llovizna que se va convirtiendo en un visillo de agua. Y como de repente, aparecidas bajo la lluvia, sonando los cencerros y rozando sus pellejos aparece el rebaño de cabras, por el Barranco de la Arena. Caminando por la delgada línea que separa El Rincón de mi niñez y las carreteras y rotondas de la actualidad.

El cabrero ni siquiera piensa en el tráfico, conduce a los animales por la carretera en busca de algunos hierbajos salidos en las huertas abandonadas hace mucho. Y para un momento bajo el tunel, frente a donde estaba la casa de Lucila la del Barranco, al lado de El Rincón Zerolo y de la Celada. Aprovecha el resguardo que le da el túnel, enciende un cigarro (no creo que un Krüger, los cabreros de ahora fuman Marlboro), se mete en el bolsillo el mechero y con un gesto avisa de nuevo al rebaño. Cansinas, las cabras lo siguen, el perro ladra dos veces. Y un coche pita enfadado porque quiere llegar ya.


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