En estos días se producen grandes movilizaciones de españoles, bien por retornos a los lugares de residencia bien por movimientos vacacionales. Estos desplazamientos pueden llevarse a cabo utilizando los transportes públicos o bien por medio de utilitarios. Sobran las palabras decir que siempre es más sostenible emplear medios colectivos en desplazamientos, pero desde estas líneas voy a trazar algunos consejos recordatorios para el impacto en la calidad del aire por nuestros vehículos sea lo más suavizado posible.
Los principales riesgos para la salud de los gases emitidos por los tubos de escape son variados, así como si los vehículos son de gasoil o de gasolina, siendo los primero más peligrosos por los óxidos de azufre. También influye la antigüedad del vehículo, los del siglo XX, son mucho más contaminantes. De esto se hacen eco las administraciones, como en el caso del Ayuntamiento de la ciudad de Barcelona, que para controlar la contaminación, ha iniciado medidas de choque desde este mes de diciembre en los accesos a la urbe, en lo que se ha llamado “áreas de bajas emisiones”.
Los gases emitidos por nuestros propios vehículos, han incrementado la mortalidad en las grandes ciudades, a nivel de enfermedades cardiacas y respiratorias sobre todo. Los óxidos de azufre provocan consecuencias a largo plazo; el monóxido de carbono es tóxico; los compuestos orgánicos tienen un efecto cancerígeno, alergénicos, enfermedades cardiovasculares y pulmonares crónicas; las partículas acrecentan los casos de enfermedades respiratorias crónicas y el ozono aumenta la posibilidad de padecer enfermedades pulmonares (sobre todo niños y ancianos) y riesgos de padecer enfermedades cardiovasculares. Tampoco hemos de menospreciar la contaminación acústica del exceso de tráfico rodado (pérdida de calidad de audición, estrés, problemas de concentración, et.)
La presencia de metales pesados como el plomo podríamos decir que es prácticamente inexistente pues ya no está presente en la formulación de los combustibles de origen fósil que llenan nuestros depósitos.
La primera para una conducción ecoeficiente es que el motor vaya a bajas revoluciones, entre 1000 y 2500 rpm (zona de máximo par). Cuantas más revoluciones hagamos que trabaje el vehículo pensemos que contaminaremos más.
En cuanto a la circulación y velocidad, se mantendrá la velocidad de circulación lo más uniforme posible, evitaremos las altas velocidades: Un aumento del 20% (pasar de 100 a 120 km/h) incrementa el consumo un 44% (de 8 a 11,5 l/100 km)
En descensos, el procedimiento óptimo es no reducir marcha, levantaremos el pie del acelerador, rodando el coche por inercia. Si se mantiene la velocidad controlada, seguiremos en la misma marcha. Si se acelera en exceso el coche, realizar pequeñas correcciones con el freno (nunca frenar fuertemente), pero si con esto no es suficiente, y para no castigar demasiado los frenos, reducir a una marcha inferior (freno motor). Lo que nunca se ha de hacer es bajar las pendientes en punto muerto puesto que se incrementa el consumo de carburante por el ralentí.
En los ascensos siempre que nos sea posible circular siempre en la marcha más larga posible. Retrasar, siempre que se pueda, la reducción de marcha.
A la hora de tomar curvas, adaptar la velocidad del vehículo a su curvatura, como en cualquier deceleración: levantar pie del acelerador, corregir con el freno y reducir marcha si es necesario. La mala costumbre de frenar bruscamente justo al entrar en la curva y acelerar fuertemente durante su trazado, resulta nociva, no solo por el exceso de carburante consumido, sino porque afecta a la estabilidad del vehículo.
Cuando estemos circulando con congestión (en caravana) se debe evitar el estar constantemente acelerando para volver a detenerse a continuación. Nuestra consigna será rodar en la marcha más larga posible. Se ha experimentado en recorridos urbanos de menos de 10 km, que una conducción agresiva no disminuye el tiempo de viaje en más de 3 minutos. Y aumenta el consumo de carburante en más del 50%.
En nuestras incorporaciones y salidas de las vías siempre que sea posible, las aceleraciones y deceleraciones se realizarán de acuerdo con las técnicas de conducción eficiente. Sobrepasar las 2.500 rpm para acelerar solo se justifica para conseguir la necesaria seguridad en la operación, por ejemplo un adelantamiento o una incorporación a la vía sin riesgo.
Paradas realizadas durante la marcha superiores a 60 segundos, es recomendable detener el motor. Tengamos muy presente que el motor a ralentí consume entre 0,4 y 0,7 l/hora.
En el sorteo de obstáculos como cruces y rotondas, debemos llevar una velocidad responsable, anticipándonos a los peligros que puedan representar, el tamaño de dicho obstáculo (por ejemplo el diámetro de la glorieta).
El adelantamiento es siempre una maniobra peligrosa, debe tener siempre una utilidad. Siempre que haya espacio y tiempo suficiente, no hace falta realizar aceleraciones innecesarias que conduzcan a un mayor consumo.
Por último como medida para reducir las emisiones de nuestros vehículos es llevar a cabo una revisión periódica de los neumáticos, el estado de frenos, suspensión y otros. No sólo mejoraremos el rendimiento de nuestro vehículo sino también nuestra propia seguridad.
Llevar a cabo una conducción ecoeficiente supone muchas ventajas. La más evidente en la reducción de emisiones de CO2 en la atmósfera y la calidad del aire respirado de nuestras ciudades. Al margen de estos resultados, hay otros que también se han de tener en cuenta como un mayor ahorro de combustible, menores costes de mantenimiento y una mejora del confort y disminución de la tensión del conductor (menor estrés por velocidades altas por ejemplo).
Hasta que veamos como algo habitual en nuestras ciudades la presencia de coches híbridos o totalmente eléctricos, debemos considerar como una opción más que justificada el uso de transporte públicos, una forma de desplazamiento mucho más sostenible y respetuosa con el medio ambiente.