Egea, en la Isleta del Moro, conversa con un periodista de TVE
Llegamos a media tarde, a eso de las seis, a Granada. La ciudad del Paseo de los Tristes, la Granada de la que supimos en Madrid allá por los ochenta como escenario de un nuevo modo de afrontar la realidad a través del poema, nos esperaba. Cierto que no era la que caminaba por las Avenida de la Constitución, compuesta por paseantes anónimos, escolares de vuelta de clase, mujeres con bolsas de la compra, seguramente ajenas al poeta-novelista-crítico y al editor que caminaban hacia la librería Nueva Gala. Pero yo tenía la extraña sensación de que aquel aire con olor a primavera nos esperaba. De que nos esperaban los escaparates, la cafetería donde tomamos café antes de llegar a la librería, el adoquinado de las calles, las tiendas, la gente que ocupaba los veladores... El mundo que se conmocionó un día del verano de 1999 ante la noticia de que un poeta extraño había decidido acabar con su vida, nos esperaba. Porque la Granada literaria esperaba el libro, esperaba los poemas de Javier, esperaba la restitución de quien había sido relegación y olvido.
Juan Antonio Hernández, José Luis Alcántara y el que suscribe
En la librería Nueva Gala no cabía un alfiler. Había un clima de celebración, de íntima fiesta por la vuelta de Javier Egea al panorama literario de la ciudad. Egea, me decían algunos de sus viejos amigos (o conocidos, qué se yo), esta vez ha venido desde el patio nacional a Granada. Como si se hubieran conjurado los maleficios que parecían condenar a la poesía de Egea al permanente salto desde su ciudad a la esfera literaria de España, un salto inútil durante décadas, ahora era su poesía la que llegaba de Madrid a Granada bien editada, bajo un sello (decían) de prestigio, amparada por una de las editoriales (decían) que parece haberse tomado en serio la poesía y asumido la recuperación de grandes poetas (más de un asistente me habló de su sorprendida y asombrada lectura del libro de Alfredo Buxán, la otra novedad de primavera de Bartleby).Pude ver entre el público a escritores como José Gutiérrez, Ángeles Mora, Juan Carlos Rodríquez, Jairo García Jaramillo, Pedro Henríquez, Antonio Carvajal o Felipe Alcaraz. Fue una presentación con vocación integradora, en la que por encima de cualquier consideración y de todas las anecdotas que han jalonado los años posteriores a la muerte del poeta, brilló la emoción, la profundidad de la poesía de Javier y la evocación de sus días de comunión con la literatura en la Granada de los años ochenta. Juan Antonio Hernández realizó una aproximación crítica a la lírica de Egea resaltando algunas diferencias sustanciales con la poesía figurativa de los ochenta y criticando la superficialidad con que a veces se le había adscritor a esa "escuela", José Luis Alcántara hizo un recorrido por su amistad con Javier y expuso de forma detallada su papel (y las vicisitudes por las que ha pasado) como albacea del legado del poeta, aclarando algunos equívocos y falsas interpretaciones, y yo expuse, en síntesis, el contenido del prólogo al libro.

El acto tuvo tres complementos muy emotivos: la interpretación, por un grupo musical liderado por el propietario de Nueva Gala, de tres poemas de Egea; la reposición, casi 30 años después y como primicia, de un documental producido por La 2 de TVE en el que pudimos ver y escuchar a Javier reflexionando sobre lo divino y sobre lo humano sentado frente al mar de Troppo mare en la playa de la Isleta del Moro, pudimos entrar en el ambiente que rodeaba a "La otra sentimentalidad" en los primeros ochenta y nos sorprendimos viendo leer ante las cámras un largo poema a tres voces. Lo hicieron, alternativamente, Álvaro Salvador, un Javier Egea en excelente forma y un Luis García Montero casi niño. Por último, Susana Oviedo, actriz y cantante, compañera sentimental de Egea, cantó a capela, en las postrimerías de la copa, una hermosa versión, en tango, del poema (que aparecerá en el volumen de inéditos) Noche canalla, que abajo reproduzco:
Hubo, sí, ausencias. Muchos asistentes, durante el vino posterior a la presentación, me preguntaron por algunos de los poetas que convivieron en los ochenta con Javier. Abiertamente se interesaron por Álvaro Salvador y por Luis García Montero y ni Pepo ni yo supimos qué decir. Sólo teníamos la certeza de que habían sido invitados a la celebración por la librería y la constatación de que no habían acudido. En todo caso, mantengo la esperanza y expreso el deseo de que nos acompañen el próximo 17 de mayo en la sala María Zambrano del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Con los presentadores que hemos intervenido en Granada estará en la mesa Félix Grande, el único miembro del jurado que aún vive de los que, en 1982, concedieron el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez al libro de Egea Paseo de los tristes.
Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.
Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
y los labios morados como el Parfait-Amour.
La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
por donde nos decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me muera no la podré olvidar.
Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.
A pesar de sus ojos he salido a la calle,
a pesar de sus ojos me ha tocado vivir.
En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla no respondo de mí.