Sabemos mucho de “los males árabes”. De sus costumbres, de sus vergüenzas, de sus discriminaciones con las mujeres, de sus mundos tenebrosos y terroristas. De todo eso sabemos mucho. Los medios de comunicación es encargan de mostrarnos a diario cómo es la vida en países como Irán o Siria o Yemen.
Por otro lado, también estos medios ide comunicación nos hablan de las bondades de países como Israel, “el único país de Medio-Oriente equivalente a un país occidental”. Eso, al menos, nos quieren hacer creer.
Lo que ocurre es que las cosas no son tan sencillas, y un país como Israel tiene, además de ese sionismo criminal capaz de demoler a un pueblo como el palestino, costumbres difícilmente comprensibles que están basadas en su religión, en su fanatismo.
La existencia de tribunales rabinos que tienen tanta fuerza en sus decisiones como los civiles, ya es duro de entender. Y más cuando sus sentencias mezclan premisas religiosas irracionales que las hacen incomprensibles.
Porque ya me dirán que piensan de que un tribunal rabino condenara a un perro a ser lapidado Y es que según el tribunal irracional, el perro –considerado un animal impuro, según su religión— había entrado en un barrio ultraortodoxo y no quería marcharse porque dicen que estaba poseído por el alma de un abogado secular maldito, que murió hace veinte años.
Entonces los rabinos ordenaron apedrear al perro hasta que saliera el alma del abogado. Y lo hicieron, aunque el perro consiguió escapar.
Esta historia que no nos extrañaría si hubiera ocurrido en una tribu del Amazonas, ha sucedido en Jerusalén, en el corazón del “país más adelantado de la zona”. Al menos eso dicen, aunque desde luego, habría mucho que hablar. Y es que el fanatismo de los ultra-ortodoxos judíos es tan peligroso como el de las facciones ultra-islámicas. Con la diferencia de que a los musulmanes se les tilda de salvajes y a los judíos se les ríe las gracias y se les ayuda. Y es que el fanatismo religioso entre ambos es parecido, pero el poder y el dinero sólo lo tienen los amiguitos de Occidente.
Salud y República