Revista Cine
Entre la ceremonia del afeitado matutino de Buck Mulligan del 14 de junio de 1904 y el monólogo de Molly Bloom en las primeras horas del día siguiente, James Joyce escribió el periplo del hombre contemporáneo en 18 capítulos. Leído hoy, Ulises, las hazañas cotidianas e insignificantes por las calles de Dublin de un modesto agente publicitario, y antihéroe, Leopold Bloom y un profesor Stephen Dedalus, álter ego del autor, nos sacude, así lo creemos, la misma desazón, desconcierto y satisfacción que para el hombre más incorfosmista de su época (su primera edición data de 1922).
Ulises tal vez no sea el libro más importante de la literatura occidental: quizá ese honor recaería en su modelo de inspiración, la Odisea, de Homero; en las andanzas de Don Quijote y Sancho Panza; el infierno dantesco o alguna de las tragedias de William Shakespeare, el mismo vate que antepuso su nombre al resto de colegas en Shakespeare & Co., la librería de lengua inglesa abierta en Paris en 1919 por Sylvia Beach, norteamericana que poco después se atrevió a publicar -¡hurrah!- la novela de Joyce. Tal vez tampoco lo sea de su tiempo, del siglo XX -si sumamos las pesadillas de Kafka o los tomos con la prosa completa de Faulkner, las comparaciones se equilibran y estaremos en un grave apuro-, pero si que es la referencia por la que medimos toda obra literaria posterior, y la narración que mejor representa al hombre perdido, luchador, quebrado, resignado, que hoy somos. Y no hay 14 de junio, por tanto, que no recordemos tan grande epopeya, que, como se viene haciendo desde 1954, no apetezca pasear por la capital irlandesa siguiendo la vida en paralelo -in situ, o a través de los reportajes televisivos, los periódicos- de los protagonistas. Y si encima el calendario quiere que la fecha coincida en el día de la semana de la aventura, un jueves, la fiesta se convierte de obligado cumplimiento para cualquier aficionado a la literatura, dando por hecho que llamarse uno lector y no haberse sumergido en el Ulises es como decirse amante del rock y despotricar en contra de cualquier figura de la Santísima Trinidad del rock (Presley, Dylan y The Beatles).
Como quiere la adaptación gregoriana al año tropical que hoy, 14 de junio de 2011, día que amaneció tras una luna llena y roja, sea invocado Júpiter, la alegría por tanto es mayor. Y como quiso la casualidad -o quizá no tanto como quiero creer- que hoy hace dos años exactos que este cuaderno de bitácora fue puesto sobre la mesa, es la hora de pararse y mirar hacia atrás: en lo personal, lo acontecido a uno, a uno mismo atañe, y no debe ser importunado nadie que no interviniese como actor principal, con lo cual en el cajón privado quedan registrados tales momentos; en lo público, desde la crisis que no va ni termina hasta la #spanishrevolution que estos últimos días me ha mantenido ocupado, el archivo a la derecha de estas líneas es la memoria, con sus muchos fallos y algunos aciertos, supongo.
Pasará el Bloomsday y otros vendrán. O eso espero. Y, si puede ser, que me atrapen de nuevo con Ulysses, Ulises para mí -en dos volúmenes, traducido por José M.ª Valverde para la editorial Bruguera-, cerca. Tan a la mano como un día lo tuvo Marilyn Monroe -nacida un martes de junio, como este blog-, la mujer por la cual medimos la belleza, las estrellas, a todos los cuerpos, todas las desgracias y cumpleaños.
Marilyn Monroe leyendo Ulises (1965),
Arnold