No regresarán mis huellas, prefieren quedarse en la arena. Desean sentir las caricias de la orilla, quieren saber qué es ser libres, poder caminar descalzas, y dejar atrás el tiempo en que fueron prisioneras del suelo gris de las aceras.
Mis huellas ya no son mías, abandonaron mi cuerpo para marcharse al océano. Desean hundirse en el barro, excavar una oquedad en la profundidad de la orilla desde donde desafiar la fuerza del oleaje. No estarán en la playa cuando vuelva a buscarlas, se habrán disuelto en el agua, fundidas junto a la tierra, al ascender la marea.
Puedo saber dónde andan, aún noto su cosquilleo y oigo su llamada en sueños. Corren junto a la tormenta, persiguen a las gaviotas y cabalgan sobre olas. Se zambullen en la bruma para jugar con las sombras que se esconden en las rocas. Caminan en pos del sol y, al llegar al horizonte, danzan hasta consumirse en el fuego del ocaso. Duermen bajo las estrellas y se internan en la espuma del reflejo de la luna.