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Pedro Paricio Aucejo
Fue en 1561 cuando, por voluntad del rey Felipe II, Madrid se convirtió en sede de la Corte y capital del Imperio español. Los efectos de esta decisión transformaron la cotidianidad de una villa que, antes de que acabara el siglo XVI, pasó de poseer 2.500 viviendas y 20.000 habitantes a 7.000 casas y 58.000 residentes. Además de la celebración de grandes festejos reales, la conciencia de su nueva capitalidad desencadenó la llegada de la nobleza y de numerosos hidalgos, artistas, pícaros, soldados y licenciados, que buscaban hacer fortuna entre otros muchos moradores. La fundación de numerosos conventos fue otro de los fenómenos que acompañaron el cambio urbano de Madrid. Sin embargo, las carmelitas descalzas constituyeron una excepción en este incremento.
En ese sentido, llama la atención que la capital de España no figurase entre las diecisiete ciudades en las que Teresa de Ahumada erigiera sus primeros monasterios. Sin embargo –como indica Martín del Castillo¹–, la bulliciosa vida de la Villa y Corte no le pasó desapercibida a la monja abulense, que calificó a la ciudad de ´babilónica´, motivo por lo que en un principio, allá por 1569, rechazó la idea de fundar en lugar tan bullanguero y poco a propósito para establecer sus palomarcitos (“estando en esa Babilonia”).
La idea de fundar un convento en Madrid –donde estuvo en varias ocasiones– aparece por primera vez en su epistolario a comienzos de 1575, momento en que, a pesar de su determinación, parece albergar todavía algún tipo de recelo. En 1577 Teresa escribió a su hermano Lorenzo sobre esta cuestión. Aunque en esa fecha se encontraba ya agotada físicamente, el anhelo por llevar a cabo sus proyectos se mantenía inalterado, según le escribió al padre Gracián en 1578. Más aún, disponía de los medios económicos para erigir el nuevo convento e incluso contaba igualmente con peticiones para entrar en él, como las de las hermanas madrileñas doña Inés y doña Isabel Osorio, la hermana del secretario don Juan López de Velasco o la sobrina del cardenal arzobispo de Toledo, doña Elena de Quiroga.
Esta última es la que más quebraderos de cabeza provocó a santa Teresa en relación con la fundación del monasterio de Madrid, pues quiso hacerse carmelita siendo viuda pero madre de cuatro hijos y dos hijas (la mayor estaba ya casada y la otra era carmelita desde 1575 en Medina). El cardenal Gaspar de Quiroga, que desaprobaba la voluntad de Elena –por considerar que debía cuidar de sus hijos–, se enojó también con la Santa y no respondió a su correspondencia, al ser inducido a pensar que la vocación religiosa de su sobrina era fruto de su influencia personal.
A mediados de enero de 1580 Teresa de Jesús se planteó también quién podría ser la priora de Madrid. Pero otro de los inconvenientes para la materialización del convento se hallaba en fundar con o sin renta; ella lo quería sin renta, pero el arzobispo no era de la misma opinión, escollo que la Santa esperaba resolver para alcanzar la anhelada licencia. Al respecto, en mayo de ese mismo año, proyectó un sigiloso encuentro personal con el cardenal Quiroga. Pero el tiempo transcurría y la licencia del ordinario no llegaba a pesar de haberla prometido, por lo que Teresa le escribió sobre ello e hizo lo mismo el 30 de junio de 1581 con el confesor del cardenal.
El 2 de enero de 1582 salió de Ávila camino de Burgos. Desde Medina –en fecha en la que la sobrina del arzobispo ya había profesado y se encontraba en su convento– escribió de nuevo al secretario del cardenal sobre el proyecto de fundación en la Corte, pues no le convenía que este olvidara el asunto. Una vez quedó asentada la fundación de Burgos, la Santa tuvo la mira puesta en la de Madrid y, en abril de 1582 –cansada y acechada por las enfermedades–, escribió a la priora de Toledo para que mediara con el cardenal y confió también en la influyente doña Luisa de la Cerda, a fin de que el eclesiástico librara la licencia.
En junio, la Santa escribió una vez más al cardenal, pero este continuaba reticente. Su tiempo se agota y la última referencia que dejó escrita acerca de dicho convento fue en su carta de septiembre a la madre Catalina de Cristo, casi tres semanas antes de su fallecimiento. Como una obsesión, a Teresa de Jesús le roía el alma la fundación de Madrid, que solo se materializaría cuatro años después de su muerte, cuando el 25 de enero de 1586 el padre Doria consiguió la licencia del cardenal y, ocho meses más tarde, se procedió a su inauguración.
¹Cf. MARTÍN DEL CASTILLO, José María, “Santa Teresa y la fundación de carmelitas descalzas en Madrid”, en VV. AA., La huella de santa Teresa de Jesús en Madrid, Madrid, Instituto de Estudios Madrileños (C.S.I.C.), 2017. Disponible en <https://xn--institutoestudiosmadrileos-4rc.es/wp-content/uploads/2018/07/Santa-Teresa-RED.pdf> y también en <https://delaruecaalapluma.wordpress.com/2019/11/12/disponible-la-huella-de-santa-teresa-de-jesus-en-madrid/> [Consulta: 7 de febrero de 2020].