Revista Cultura y Ocio

En la belleza ajena - Adam Zagajewski

Publicado el 13 octubre 2017 por Elpajaroverde
Escucho Cracovia y se me antoja una ciudad de ensueño; leo la sílabas que componen su nombre y se abren en mi mente imágenes de cuento. Esto es así porque en mi imaginación la ciudad polaca es la Cracovia de la Sophie de William Styron, de esa mujer atormentada que rememora con nostalgia el pasado anterior al horror. La Cracovia de Adam Zagajewski es también bella, lírica, repleta de esplendor; pero también fea, triste, gris, plagada de contrastes. Comienzo a leer al polaco y pienso en el pequeño milagro que es que lecturas tan diferentes enlacen tan bien (y no me refiero aquí a La decisión de Sophie). Vengo del Tainaron de Leena Krohn preguntándome cuánto de nosotros hay en los lugares que habitamos y aterrizo en el país de Zagajewski (y veremos que el ámbito de la palabra patria la podemos desdibujar a nuestra medida) para descubrir cuánto de los lugares en los que nos toca vivir hay en nosotros. Su París me trae reminiscencias del de Patrick Modiano tras las huellas de Dora Bruder para, más tarde, cobrar identidad propia; su Cracovia, en cambio, me hace permanecer fiel a la de Sophie (salvando las distancias temporales). No, no caigo en lo que él mismo hará hincapié después, recrearse en una belleza estéril, no me alimento tan solo de palabras bonitas ni soy inmune a la realidad; pero tampoco carezco de cierta sensibilidad artística sin renegar por ello de indagar en lo que se esconde más allá, «porque la poesía existe en el mundo, en algunos sucesos, en raros momentos. Y horror tampoco falta».
«Había perdido dos patrias, pero buscaba una tercera: un lugar para la imaginación, un territorio que me permitiera encontrar una salida para mi aún no del todo clara necesidad artística. Había perdido una ciudad real, y buscaba una ciudad de la imaginación. Relativamente tarde -más que en el caso de otras personas- escogí la poesía como campo de mis búsquedas».
En la belleza ajena - Adam ZagajewskiLas patrias también se eligen y Adam Zagajewski eligió la poesía como bandera. Las patrias se eligen normalmente cuando la propia no es negada. Zagajewski se crió en Gliwice, adónde sus padres fueron repatriados desde la natal Lvov del escritor. Pasaría sus años estudiantiles y posteriores en Cracovia (ciudad en la que actualmente vuelve a residir aunque todavía no era así cuando escribió este libro que hoy reseño) para trasladarse en su edad adulta a París pasando también temporadas en Houston. Todas estas patrias asoman, aunque en su mayoría tímidamente, por las páginas que hoy nos ocupan, pero es Cracovia la que toma un lugar relevante; la Cracovia comunista, la de la no-vida, la de la Europa del Telón de Acero; también aquella de pequeños «poetas del bien y de lo cotidiano», aquellos que «sabían de la existencia de pequeños reductos de vida que habían quedado relativamente libres, y que había que cuidar». Son los flecos de esa Cracovia los que asoman por los apuntes de Zagajewski porque, como él mismo declara «no fui testigo de la matanza de los judíos, nací demasiado tarde. En cambio, viví el lento proceso de regeneración de la memoria europea, la cual -sin prisa, es verdad, fluyendo más bien como un río de planicie que como un arroyo de montaña- condenó con la mayor severidad el mal del Holocausto y del nazismo, y también, aunque con menos vigor, como no queriendo comprender que es posible tener que habérselas con dos monstruos al mismo tiempo y no con uno sólo, el mal de la civilización soviética».
De su patria elegida, la poesía, también se ocupa y mucho; y también de la literatura. Desgrana a pequeñas píldoras cuál es para él la misión del lenguaje y la literatura. Advierte sobre el peligro del esteticismo («Pobre del escritor que antepone la belleza a la verdad»), diserta sobre la importancia de la introversión y, al mismo tiempo, sobre la imposibilidad de mantenerse al margen de lo que proviene del exterior. Habla del influjo de la época sobre los escritores y no puedo evitar acordarme de algunas de las ideas al respecto de Marina Tsvietáieva, así como tampoco deleitarme anticipadamente al pensar que (oh, otro pequeño milagro; no puedo creerme mi suerte) tras mi encuentro con Zagajewski retomaré a mi Marina y que, precisamente, para ella también la poesía era su patria.
El exterior del que nos habla el poeta polaco no es tan solo un contexto político; es también esa belleza ajena de la que bebemos todos, incluso los poetas. Es la belleza ajena que es partícipe en la creación de una nueva belleza y a la que, en ocasiones, esta última es capaz de revivificar. Es escuchar extasiados una pieza musical, leer absortos un buen libro, contemplar un cuadro y perdernos en sus múltiples interpretaciones, pasear por las calles añejas y a la vez inexploradas de nuestra ciudad; son las personas que pasan por nuestras vidas, incluso las que solo son figurantes en ellas. Es el significado de los momentos los que señalan su importancia, aunque, en ocasiones, solo seamos capaces de darles significado años después. Zagajewski distingue también entre la patria de la juventud y la de la vejez, aparentemente irreconciliables pero entre las que tiende puentes. Escribe sobre sus años jóvenes desde la edad adulta. Advierte en este caso de los peligros de la juventud y, sin embargo, reivindica la vitalidad y el entusiasmo de la misma alegando que «la juventud dura mucho, mientras vivimos, mientras pensamos, mientras creamos, mientras aguardamos con curiosidad el día siguiente».

En la belleza ajena - Adam Zagajewski

Adam Zagajewski. Fotografía de Mariusz Kubik

Me maravilla. Me maravilla encontrar pensamientos propios que me cuesta tanto expresar explicados tan fácilmente por otros. Me maravilla y me hace sentirme pequeñita y, a la par, exultante. Me maravilla además porque, a pesar de la rotundidad con la que son expresados, no son dogmas sino puertas abiertas, hilos de los que tirar, y porque me hacen replantearme mis propias convicciones, darles una vuelta, ir un poco más allá, porque, como el mismo Premio Princesa de Asturias de las Letras de este año (sí, en unos días lo recibiremos encantados en mi patria chica) concluye «es precisamente de eso de lo que se trata: no saber dar respuestas a las preguntas más difíciles y, sin embargo, seguir viviendo».
«En general, lo grande no puede ser expresado. / En cambio, lo pequeño sí: se puede intentar». Y es de esos pequeños intentos de los que nace la grandeza de este libro. Cortos relatos de escasas páginas, pensamientos comprimidos en un párrafo, frases fugaces por su brevedad y no por la durabilidad de su brillo, ideas recurrentes aparentemente desbarajadas e inconexas, de todo esto y mucho más se compone esta mezcla de memorias, aforismos y ensayos que es En la belleza ajena.
No sé si es este un libro que guste a todos los lectores, si es que existe alguno así, tampoco me importa en demasía (miento, sí me importa o, más bien, me preocupa). El mismo autor observa que el lector actual no gusta de leer volúmenes de relatos ni poesías, sino que prefiere las gruesas novelas. Lo explica porque la virtud de los primeros «radica en la capacidad de unir momentos fugaces; la unidad de la narración reúne en uno, como en un ramo, las individuales florecillas de los momentos. La profunda, tal vez incluso por completo inconsciente necesidad de síntesis empuja a los lectores a la penosa lectura. Sueñan con la síntesis, con la cremallera mágica que una y cimiente su esencia demasiado disgregada. Los poemas, yacentes solitarios en las páginas de un tomito de poesía, no parecen anunciar eso, lo mismo que las anotaciones, los pensamientos o aforismos; al lector poco atento, un texto así, cortado, le parece que no lleva a ninguna parte. Y, sin embargo, un texto discontinuo a veces puede compararse con los fragmentos de una línea curva; en un primer momento, nada promete ahí totalidad ni consecuencia. Sólo después resulta -¡puede resultar!- que esos fragmentos son trozos de una circunferencia y que con un poco de suerte y atención se puede desde ellos trazar radios que tienden al centro».
Poco me importa. Yo sigo mi curvo camino lector. Yo, que no soy lectora de poesía pero sí de poetas (rectifico: que no soy hoy lectora de poesía en verso pero sí de poesía), quiero desdibujar límites y fronteras autoimpuestas y enarbolar con esta humilde reseña la bandera de la patria de Adam Zagajewsi; quiero izar, con el sutil pero poderoso arte de las palabras, la bandera de la poesía.
«La defensa de la poesía es la defensa de algo que alienta en el hombre, la capacidad fundamental de experimentar el milagro del mundo, de descubrir la divinidad en el cosmos y en otro hombre, en una lagartija y en las hojas de los castaños, de asombrarse y de quedar sumido durante un largo instante en ese asombro. Si esta capacidad se marchita, la especie humana seguirá existiendo, pero empeorada, debilitada, de manera distinta a la que ha existido durante milenios, cuando no había civilización que no pusiera la poesía -en una u otra forma- en el centro mismo de los trabajos humanos».

En la belleza ajena - Adam Zagajewski

Wawel. Fotografía de Arcadiuš


Ficha del libro:
Título: En la belleza ajena
Autor: Adam Zagajewski
Traductor: Ángel Díaz-Pintado Hilario
Editorial: Pre-Textos
Año de publicación: 2017 (1ª reimp. de la 2ª ed.)
Nº de páginas: 252
ISBN: 978-84-8191-568-6
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