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En las pleamares y bajamares que se sienten en este mar de encinas donde transcurren mis días, me ataca el insomnio por el calor asfixiante y algo me ha empujado a sentarme ante el ordenador a altas horas y abrir este blog diletante e imprevisible para verter en él algunos pensamientos, imagino desordenados, que me obsesionan hace tiempo. Ya pasaron los tiempos anteriores de esta bitácora en las que escribía un post diario como mínimo, exponiéndome al juicio público cada jornada. Muchos son los motivos que me impiden no hacerlo, motivos que, probablemente, me cree yo mismo, esa autocensura, esos frenos que me han acompañado y contra los que intenté luchar (y lo sigo haciendo) en dos de los momentos más difíciles de mi vida, cuando tuve que recurrir a eso que eufemísticamente se llama ayuda profesional, y a los que yo llamo por su nombre, terapia. No es que no escriba aquí por falta de tiempo, porque tiempo se saca y, por desgracia, tiempo me sobra ahora cuando el trabajo escasea. Frenos y autocensuras pensando que pueda comprometer a algunas instituciones, pero bien es cierto que si esas instituciones dicen y hacen lo que les parece, ¿por qué yo no podría hacer lo mismo?, ¿por lealtad?, pero la primera lealtad es a uno mismo y a su conciencia, de la que sólo Dios tiene pleno conocimiento. Nunca, y quienes me conocen lo saben, tuve pelos en la lengua, ahora uno no sabe bien a qué atenerse, sin embargo debo sacudirme esa especie de manía persecutoria que me acecha y dejar de creerme el centro del universo. Hace pocos días me dijeron por última vez que debería de tener una tribuna, pero, no sé si a estas alturas a algún medio le pueden interesar mis peroratas, si se podrían publicar, así que prefiero seguir escribiendo aquí cuando me venga la necesidad. Hoy siento algo que me zarandea para pergeñar frases y reflexiones, y compartirlas con quien tenga a bien leerlas. He permanecido bastante callado con respecto a la situación actual y, a excepción de los pocos contactos que tengo en Facebook, pocos conocen mi posicionamiento, si es que, lo dudo, a alguien le interesa. La crisis, la maldita crisis que nos flagela, me obsesiona y me siento cobarde por no expresar, aunque sea brevemente, esta modesta opinión. Hace años que dejé la política partitocrática, pero eso no quiere decir que no me sienta político ni que no me interese, en absoluto, cuando me rodea. Quien nace político lo es hasta el último de sus días. Es público, como no podría ser de otro modo, que pertenecí a uno de los partidos del sistema y que alcancé cargos orgánicos y públicos, de los que me fui, dimitiendo, con la cabeza alta y diciendo en los medios de comunicación lo que pensaba del viciado funcionamiento interno y me fui porque no me sentía a gusto y porque mis ideas políticas poco tenían que ver con lo que en realidad allí se practicaba. Cuando se me pidieron explicaciones escribí unos cuantos folios al máximo responsable, que se encargaron algunos de que nunca le llegaran. Una de las explicaciones que se me pedían era sobre aquel artículo titulado "Los medio tontos", en el que señalaba las corruptelas del sistema tanto en mi partido como en el otro y su sumisión a poderes ajenos a la política y que releído unos nueve años después me dio cuenta de la actualidad que sigue teniendo. Después de eso vino la fundación de aquella plataforma independiente cuyos ideales se esfumaron ante la deriva personalista que tomó, alejándose de sus principios fundacionales y convirtiéndose en una herramienta más del sistema. Pensé que aquello era el punto y final de mi vida política, pero ahora empiezo a comprender que existen mil maneras de hacerla, y parece mentira que lo diga ahora, yo que procedo de los movimientos asociativos. Retomo el tema central de la crisis. La crisis no es económica y política exclusivamente, sino fundamentalmente de valores y, en consecuencia, integral y estructural, no coyuntural, como pretenden hacernos creer. No creo que esté descubriendo América, ni esté diciendo nada que muchos hayan dicho hasta ahora. La crisis económica y la política se retroalimentan, porque al sistema le interesa que ambas existan, para crear masas de desempleados desesperados que estén dispuestos a aceptar condiciones esclavizantes y se sometan a sus dictados para aumentar sus beneficios. En estos momentos se están multiplicando exponencialmente las grandes fortunas, que aprovechan estos tiempos para hacer su agosto. Sí, esas fortunas que nadie conoce, escondidas tras las más variopintas figuras legales e ilegales. Mientras tanto estamos viendo cómo las bolsas de pobreza crecen sin parar, se destruye la clase media y se frenan el consumo y los préstamos, se congelan salarios, se aumentan los impuestos, cosas que interesarían al sistema para activar la economía capitalista, pero que, por razones que se escapan al entendimiento, no les interesan en absoluto. Esas masas descontentas se pueden convertir en un serio problema para el sistema, pero éste, de momento, no parece estar excesivamente preocupado mientras las atonta con pan y circo. Algunos movimientos sociales han asomado tímidamente, pero se disuelven con la misma velocidad que se crean, por un lado por su inconsistencia en las estructuras, por otro lado por sus intentos de aprovechamiento por parte de formaciones partidistas. Es increíble que un país con una tasa de paro insostenible, con desahucios diarios, con suicidios debidos a los mismos, con un descrédito total de la casta política, que alcanza hasta la jefatura del estado, se mantenga en casa y no salga, de una vez por todas, a la calle. El descrédito se extiende a sindicatos, patronal, y, por supuesto, al propio sistema de estado que tenemos. El sistema liberal capitalista tiene sus días contados y se acabará desplomando como, en su día, lo hizo el comunismo, pero, sin embargo, ahora no sabemos hacia dónde nos encaminamos. La globalización nos ha atrapado entre sus garras y las pérdidas de soberanía nacional son aterradoras, nos gobiernan desde Bruselas, desde el FMI, cada vez menos desde Estados Unidos, pero lo cierto es que ya no somos ni siquiera dueños de nuestros votos, porque se nos imponen leyes y hasta reformas de la constitución desde Berlín, cuando otras reformas de la misma más urgentes se han paralizado siempre por el autosistema de blindaje que ella misma tiene y ésta última se realizó con una mera votación en el congreso. Repito que no sabemos dónde vamos, pero podemos y debemos concienciarnos de que las reformas o nacen del pueblo o se nos impondrán desde arriba. Éste es el momento del pueblo de tomar decisiones, de saber qué modelo de estado queremos, de liberarnos de las administraciones, figuras e instituciones superfluas. Mientras todo fue bien no nos importaba el gasto público alegre, el despilfarro sonoro, se veían normales las comisiones, los sobresueldos, las mordidas... pero esto ha tocado a su fin no puede ser la casta partidista quien se autorregule para seguir cómodamente instalada en sus poltronas, tiene que ser el pueblo quien decida y haga sentir su voz y su poder soberano. Indudablemente esta revolución, porque de una revolución se trata, no se debe hacer desde las estructuras tradicionales de poder, sino buscando otras alternativas desde la transversalidad. Tenemos que concienciarnos de que las actuales estructuras no son válidas, ni nos representan, ni se legitiman por sí mismas. Existe el principio de la legitimidad de ejercicio que se aplica a los monarcas y que hay que aplicar hoy a todas las instituciones, pese a que los discursos partitocráticos nos intenten hacer creer lo contrario. Criticar el sistema de partidos no es no ser demócrata, lo que no es democrático es la dictadura de la partitocracia. En ese camino todos habremos de hacer cesiones en muchos campos, el primero el ideológico, y ver qué es lo que nos une y apartar lo que nos separe. Éste no es un momento de discursos ni de debates, sino de acción, por una cuestión de justicia social. El capitalismo es el sistema más inhumano que se ha creado, puesto que bajo un manto de falsa libertad esconde una explotación del hombre por el hombre, que roba la dignidad natural que posee, que supone el materialismo más despiadado que priva al hombre de la espiritualidad y la transcendencia, que son su esencia más profunda y lo rebajan a mera mercancía, a un número, a un objeto. Yo estoy dispuesto a seguir en la brecha desde el lugar que me corresponda, a hacer los sacrificios que sean precisos hasta alcanzar un sistema justo y social. Si el sueño de la razón produce monstruos, éstos son mis monstruos del insomnio de una noche de verano.