65.400 veces me habéis abierto la caja torácica. 481 veces me habéis trazado en el rostro estrellas fugaces, izado cuando estaba hundido, tocado por la vorágine de desastres que gobierna ese rumor perenne a mis costados. La mirada que más os ha embriagado fue Novecento. El poema más laureado cuando la dulce furia roja ahuyentó la crisis de nuestras aceras. La palabra más querida y buscada es mi máscara -diebelz- y no sé si sonrojarme o preocuparme. Los latidos que fluyen por mi hogar provienen mayoritariamente de Francia y Bélgica; tres o cuatro me miran con susurros y se convierten en gracejos cuando nos tropezamos en el boulevard de la vida; dos me embriagan con sus presencias; y uno, por una vez, me secuestró para colgarme en un efímero sueño.
Ya son 200 entradas desde que reconstruí con vigas léxicas y partituras como paredes este recóndito lugar que flota sin rumbo por calles deshiladas. 200 entradas que, a fin de cuentas, todas viven por ser un recuerdo vivido (sentido, revivido como diría Fromm, nunca recordado como si se tratara de muertes embaladas en una caja de zapatos). 200 ventanas que he compartido con ustedes y que, sin ustedes, no tendrían sentido. Y como Pablo Perea se enteró que cumplía 200 entradas ha tenido el gesto de subir al escenario y tocar esa canción que habla de este lugar que habito. Así que tomen asiento, dilaten sus ojos y disfruten de su presencia aquí. Y gracias, gracias por leerme, escribirme, enseñarme, compartir tanto en la calle de los sueños rotos...