Revista Cine
La época del Rolling Thunder Revue no es la que recuerdan con más cariño muchos fans de Bob Dylan. Ese final de los años 70 fue especialmente cáotico para la mayoría de iconos supervivientes de la década de los 60 e incluso muchas grandes bandas surgidas a principios del decenio habían llegado a esos años destrozadas, confusas, desnortadas y sacudidas por el terremoto provocado por el punk, el auge de la música disco y la new vave que se vendría encima definitivamente a la vuelta de unos pocos años. Era complicado mantener una identidad y un Dylan maquillado, disfrazado, enmascarado y de espíritu más cercano al glam que al rythm n´blues, fue demasiado para algunos.Dylan había grabado a partir del aclamado "Blood on the tracks" (para algunos entre los que me incluyo, uno de sus tres mejores discos), "The basement tapes" con The Band y "Desire" hasta llegar al olvidado directo "Hard rain" que recoje esta mezcla de troupe itinerante y performance teatral bañada en los efluvios de la generación perdida que es Rolling Thunder Revue que ya prefigura la evolución de Tom Waits a partir de "Swordfishtrombones" y que tiene más puntos en común de lo que sus partidarios estarían dispuestos a reconocer con lo que por esos años llevó a sus últimas consecuencias George Clinton en su aventura Parliament-Funkadelic. Tal vez los consecutivos y posteriores "Street legal" y "Slow train coming", que buscaban en otras direcciones más cómodas hicieron pensar en el espejismo de un Dylan adulto. Justo en ese momento se le ocurre a Dylan filmar una película de más de cuatro horas de duración en su versión original, con escasa repercusión y peor fama, "Renaldo & Clara", que incluye - en su cabeza, misteriosos caminos dylanianos, siempre estuvo "Les enfants du paradis" de Carné - actuaciones, unas ficciones con San Shepard, Joan Baez o su primera mujer, Sara, de la que estaba a punto de separarse y puro "film footage" de la Norteamérica de estos años, la misma que captan los fotogramas de "News from home" de Chantal Akerman, "The killing of a Chinese bookie" de John Casavettes, "Nashville" de Robert Altman o las de tantos Mekas o Kramer y la que se dibuja dispersa desde las estrofas de "Little criminals" de Randy Newman, el homónimo album de debut de Warren Zevon o "L.A.M.F." de Johnny Thunders & the Heartbreakers.Es decepcionante lo poco que se recordó este film cuando se estrenó en 2007 "I´m not there", el a priori interesante pero finalmente vacuo trabajo de Todd Haynes, ese director imprevisible, que sospechosamente evita esta etapa de su carrera.Fue una buena oportunidad para recuperar y quizá valorar en su justa medida esta heteróclita amalgama de recuerdos e impresiones de un país en un momento muy determinado, para nada ajeno al carácter hosco, tan huidizo (hasta la idea de Dylan interpretado por otros del film de Haynes es del propio Dylan, que utiliza a Ronnie Hawkins para encarnarse a él mismo en algunas escenas) como exhibicionista y arraigado en las tradiciones de la música y la poesía de su autor, metido a cineasta y copando un lugar que parecía no corresponderle.Sí, es un film difícil y más si no interesa la música de Dylan, lleno de contrastes, quizá lento y hasta en algunas partes aburrido, pero contiene esa clase de verdad sobre todo lo que toca que le otorga un interés permanente. Y por qué no decirlo, demuestra lo sencillo que puede llegar a ser plasmar emoción en celuloide. La abstracción de la música, un plano robado a un hobo somonoliento en la barra de un bar y unas palabras dichas en primer plano con su característico énfasis por Rubin "Hurricane" Carter, configuran en apenas unos segundos inolvidables momentos de cine.Esa reflexión, tomada como base y hasta como experimento, permite adoptar un ángulo de aproximación más provechoso a la hora de enfrentarse al film que la clásica valoración global, "equlibrista" (si tal cosa existe) y en busca de certificados, cierres y terminaciones."Renaldo & Clara" es imperfecta pero legítima, se desparrama por todos sus encuadres como sus elusivas letras, obliga a tener paciencia y a sufrir el desgaste de los minutos para hallar un resuello lírico porque su objetivo no es satisfacer a nadie, como nunca lo fue la música de Dylan, obsesivamente preocupado desde sus comienzos y aún hoy día por escapar de etiquetas, tendencias, escenas y tópicos.Acostumbrados a verlo parapetado tras su micrófono con ese semblante que no permite averiguar si posa o se exprese con brutal sinceridad, fuera de escena el Dylan actor y director es en cambio cercano y tiene sentido lógico del rodaje de cine, con lo que sospecho que la mayor parte de las aristas y baches del film provienen de la sala de montaje (cosa de especialistas: Howard Alk), que pretende dotar al conjunto de una uniformidad "arty" a base de cortar donde menos se espera y regresar adonde ya creímos que no volveríamos, que ni necesita el film ni le conviene, análogamente a lo que un productor musical hubiese hecho estropeando con arreglos inapropiados el crudo material recibido.Ese famoso "enjambre de abejas" que el de Duluth identificaba como su música (en una bonita alusión declaró una vez, escuchando cómo había quedado "Blonde on blonde" que el resultado final se parecía bastante a lo que oía para sus adentros), transformado en imágenes es un conglomerado fantasioso-documental que se abre con "When I paint my masterpiece", aquella maravilla que regaló a The Band para el album "Cahoots" y borra de tanto expandirlas las fronteras creativas que alguna vez pudo tener Bob Dylan.