Película francesa del director François Ozon y que optó este año a la mejor película al César frances, y quizás se hubiera “comido” algo si no anda por ahí “Amour”, de Haneke.
Que sea una peli francesa quiere decir que, a salvo de excepciones, no habrá tiros, dispositivos nucleares a punto de explosionar ni una mierda de civilización extraterrestre que nos creó, y digo bien “mierda de civilización”, porque ya le salimos mal como invento, joder que si…
Las pelis francesas beben de la cotidianidad, historias sencillas, apacibles; esto en su mayor parte, claro, pues después te fagocitas “Les Lyoneses” y ves una peli de acción a la francesa, pero este no es el caso, como no lo es en el 90% de las producciones gabachas.
Partiendo de la premisa de una historia cotidiana que se sale un poquitín de la normalidad, Ozon presenta a un chico de instituto que un buen día entrega una redacción libre que se sale de lo habitual. Esto llama la atención de su profesor de lengua, pues la redacción apunta maneras de escritor incipiente. Este es el punto de partida de una historia bien llevada y que termina por arrastrar al espectador junto a los personajes que van a la zaga del jovencito escritor.
Perdonando una cierta largueza de metraje en su tercer cuarto, el argumento está muy bien llevado, se disfruta y se espera una nueva acción del protagonista adolescente con auténtica ánsia, que resulta ser el verdadero motivo esencial de toda la película.
Magníficamente bien escogidos los personajes; me refiero a sus aspectos estéticos. Scott Thomas está radiante; Emmanuelle Signer da la talla como cuarentona atractiva, aunque siempre le he visto un aire desagradable en el rostro; el resto de interpretes resultan correctos e incluso apropiados gracias a sus aspectos físicos.
En fin, ¿qué decir? Peli francesa, historia cotidiana.