Fuimos de Pekalongan a Semarang, un viaje bellísimo, el tren bordeando la costa, teníamos el mar ahí mismito, cambiamos de ambiente, lo necesitábamos. Al llegar a la última estación, nos dijeron que el próximo tren económico (al cual pensamos montarnos gratis) llegamos a las 11:30 pm, es decir, diez horas esperando (nada que no se pueda aguantar si tienes buena compañía, un buen libro y una cámara, ¡ah! Y ganas de escribir para tu blog). Sentados a la orilla de uno de los andenes, con trenes llegando cada quince minutos, algunos más escandalosos que otros, hablamos, comimos (lo de siempre, porque nada ha cambiado la comida a medida que avanzamos), seguimos leyendo el libro sobre Indonesia y soñando con ir a todos esos sitios allí descritos. Llovía, el clima estaba perfecto debajo del techito, ¡¡¡¡¡¡no hay calor!!!!!! (fue lo que más se agradeció). No dejamos de asombrarnos y ver a los indonesios, mientras algunos corrían para agarrar el tren, otros simplemente esperaban acostados a que su tren llegara, estaban los que se caen a empujones para entrar, los que sonreían sin reclamar que fueron empujados, las señoras vendiendo café y fideos de vaso (pop mie), los que nos miraban como seres de otros planetas, los que querían hablar con nosotros pero no se atrevían. Tantas cosas para ver, aunque a veces nuestra cabeza vuelve a pensar en Jogjakarta, nuestra ciudad, llena de cenizas, y en ese volcán que cansado de seguir con su humito ridiculo, decidió demostrar su verdadera fuerza. Hay que esperar.
Revista América Latina
Seguimos escapando del volcán, nuestra decisión de ir a Bali va con todo. La ruta era la siguiente (la planificada porque lo que pasa siempre es distinto). Salir de Pekalongan hacia Semarang, donde tomamos un tren que nos llevó a Surabaya en 6 horas, de allí, esperamos al próximo tren hasta la ciudad de Ketapang, donde tomamos el barco a Bali.