Ante un auditorio reducido pero atento, el viernes último introduje varios de mis libros en el stand del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires. Luego, sentado cómodamente en un sillón, micrófono en mano, leí un puñado de poemas que, creo, fueron bien recibidos.
Lo más importante para mí: la conexión que se produjo con algunos de los presentes en el mientras tanto (esas cosas se saben en la mirada) y las palabras que hubimos intercambiado al finalizar.
Se me sigue haciendo difícil hablar en público, aunque ya menos. Sin embargo, leer poesía en voz alta (no cuentos, ni novela; poesía) me hace sentir bien, muy bien.
Agradezco a Estela Pittavino, directora del Instituto, por la invitación y la buena onda al organizar y dirigir el evento.