Mi hija de casi 3 años me ha sorprendido: le encantan las iglesias. Le alucinan las esculturas, los techos, las imágenes, los vitrales, los colores que se forman por la luz del sol, ver cómo se encienden las velas...
Yo no soy practicante, tampoco atea, no quiero entrar en polémica por los hechos atroces que se han cometido en nombre de la iglesia y de Dios... también se han hecho cosas buenas...
Pero a mí las iglesias, cuando hay poca gente y no se está haciendo misa, me dan paz. Creo que enaltecen casi todos mis sentidos: me gusta ver, observar, cerrar los ojos, pensar, abrirlos, oler, escuchar... durante una época de mi vida me iba bien entrar en ellas. Luego dejé de hacerlo, hasta que mi hija me pidió entrar en una.
Ayer estuve observando: poca gente, pero no todo gente mayor como recordaba. Vi niños con sus padres, pero también jóvenes y personas de mediana edad; algunos rezando, otros llorando, otros pensando... tiempos difíciles...