Entre la maleza enmarañada de los campos cubanos, en la oscuras y cálidas noches de verano se arrastran en las sombras miles de demonios, aparecidos y criaturas maléficas de todo tipo, que aguardan pacientemente con el estómago rugiente, que alguien se aventure por error o valentía enajenada a traspasar sus dominios para abalanzarse sobre ellos, cerniendo sus fauces babeantes sobre las indefensas e incrédulas víctimas.
Pero también se cuenta de entes más poderosos y ancianos, que lejos de esconderse en húmedas cuevas o esperar pacientes por una víctima en la oscuridad nocturna, se disfrazan y recorren el campo, incluso bajo el sol más fiero en busca de presas para saciar su apetito.
Tan longevo como nuestra isla, el mito del babujal está presente en la tradición oral cubana desde la etapa precolombina, los aborígenes siboneyes describen varios encuentros con la inteligente entidad demoniaca, que escoge ocultarse en la piel de un lagarto para embaucar al hombre y una vez lo atrae a su cercanía se introduce dolorosamente por su boca, excavando su camino hasta el estómago, en una invasión horrible que resulta en la posesión total del cuerpo, el lagarto termina residiendo en la entrañas de la víctima, inadvertido, alimentándose de su huésped, haciendo crecer cada vez más y más su apetito hasta convertirlo en una máquina devoradora incontrolable.
Este apetito terrible era lo que indicaba a los behiques la espantosa posesión de uno de sus coterráneos,
Tótem de Cemí
y les iniciaba en la misión de desalojar al demonio de la entrañas humanas, a pesar de que en ocasiones el precio a pagar era la muerte del anfitrión, los behiques comenzaban entonces un ritual lleno de cánticos mágicos en el que el expulsaban la deidad maligna del afligido huésped propinándole enérgicos y contantes golpes con cujes trenzados, la ceremonia concluía con la invocación de la antítesis del maligno babujal, el dios aborigen Cemí, una deidad benévola muy querida por los aborígenes y de la cual se conservan aun tótems en la isla. La mera presencia del Dios aborigen infundía un miedo incontrolable en el maligno ente, quien huía despavorido para evitar la furia de Cemí por la agresión realizada a sus hijos.
El mito del Babujal se extendió por toda Cuba, durante siglos, pasando de boca en boca por generaciones y arraigándose especialmente en las comunidades rurales, nutriéndose de varias influencias culturales, desde el espiritismo, hasta los ritos de religiones africanas como el Palomonte.
La escalofriante leyenda aún se narra cuando los rurales residentes de las comunidades más aisladas se reúnen alrededor de los cuenteros para escuchar sus historias ancestrales bajo el manto negro de la noche y el silencio imperturbable de la manigua dormida, invocando entonces nuevamente al babujal como un espíritu en pena que aúlla por los campos, acechando agazapado en los matorrales con sus ojos diabólicos o transformándose en lagarto para embaucar al hombre y adentrarse en sus entrañas