Revista Cultura y Ocio

En la punta de la lengua – @BlasRGEscritor

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

No sé cuántas horas llevo aquí ya.

Las guardias de noche son así, sin más. Me lo advirtieron cuando me presenté al puesto, pero lo quería a toda costa. Sí, es un coñazo.

Estoy en mi despacho. Es algo así como un caos ordenado. Las dos lucen que me acompañan son tan tenues que apenas se ve nada aquí dentro. Una viene de la pantalla del ordenador. La otra, un pequeño tubo de neón que hay sobre la pantalla. Suficiente para romper la oscuridad, insuficiente para ver dos palmos más adelante. Miro el teléfono.

No hay llamadas. Mejor. No es que mi trabajo, digamos, sea agradable, pero si llaman por la noche al despacho del médico forense de guardia, malo.

Algo muy malo.

Pero no, no suena y, aunque esté aburrido, prefiero que sea así.

Me levanto y salgo hacia el pasillo. La oscuridad lo anega todo también aquí. Si no fuera por las luces de emergencia no se vería ni papa. Lo lógico sería encender cualquier luz, pero lo tenemos prohibido a no ser que sea necesario. Recortes, lo llaman. Tocar los cojones, lo llamo yo. Y sí, el supervisor se entera si las encendemos.

Sigo dando vueltas por el pasillo, mis ojos ya se han acostumbrado a la oscuridad. Con las piernas ya estiradas vuelvo hacia mi despacho. Un sonido me hace parar.

En un sitio como ese, de noche, un sonido te acojona. No soy cobarde, ni mucho menos, pero reconozco estar tenso. Decido obviarlo. Puedo haberlo imaginado. Continúo andando.

Ni dos pasos he dado cuando escucho algo parecido a una voz humana. De hombre.

Trago saliva, sin moverme.

No se me ocurre nada mejor que lo que hago a continuación.

—¿Hola? —Mi voz tiene de todo menos convicción.

Me giro sobre mí mismo, no sé de dónde viene el ruido. Una vez más escucho algo, tengo claro que es una voz, no dudo. Viene de mi espalda, de cualquiera de las dos salas de autopsias o del cuarto de baño para visitas. Vuelvo a actuar como un imbécil y voy hacia donde creo que viene el sonido.

Camino vacilante, con miedo a lo que me pueda encontrar. Debería entrar a la primera sala de autopsias y agarrar un escalpelo. Con eso podría intimidar.

Mis piernas caminan temblorosas hacia adelante. Vuelvo a detenerme ante un nuevo ruido.

Que le jodan al supervisor, voy a encender la luz.

Sé que hay un interruptor cerca, lo busco a ciegas algo torpe. Lo pulso, pero para mi estupor no funciona. ¿Qué coño pasa? Me giro y compruebo que del despacho sigue saliendo luz del monitor y el neón. ¿Habría pasado algo en la fase del pasillo? Sigo andando, maldiciendo. Llego hasta la puerta de la sala uno de autopsias, la principal. Oigo una voz hablando con mayor claridad. No puedo reconocerla. Necesito tomar una decisión rápida. Voy a entrar en la sala, sé que la voz no viene de dentro.

Mis ojos van directos al centro.

Sobre la camilla hay un cuerpo. ¿Qué hace ahí? Está tapado, no distingo si es hombre o mujer, está muy oscuro. Escucho un fuerte golpe en el pasillo. Me doy la vuelta, dejo el cuerpo a mi espalda. Comienzo a dar pasos hacia atrás, muy asustado. Un nuevo ruido, más fuerte, más cercano. El silencio que precede esos golpes me incomoda.

Miro hacia la ventanilla de la puerta, no se ve nada.

Veo de pronto pasar una sombra por ella, pongo las manos sobre mi boca para no gritar, no quiero delatar mi posición. Tengo miedo, mucho miedo.

Sigo caminando hacia atrás. Comienzo a palpar, a ciegas, en busca de la mesa de instrumental. No la encuentro y giro mi cuello. Está justo al lado de la camilla con el cadáver encima. Sigo sin saber qué hace ahí, no debería.

La curiosidad llega, necesito saber quién es el muerto. Agarro la sábana y comienzo a destapar, a cámara lenta, mi cuerpo no funciona más rápido. Una mano sale de debajo y me agarra la muñeca, grito como un niño pequeño.

Como si la mano tuviera extraños poderes, a mi mente vienen imágenes. Son claras, nítidas.

Soy yo, estoy con ella, en el portal de su casa.

—¿Ya te vas? Es temprano —pone cara de cachorrito.

La miro con ojos tiernos, siempre consigue que me ablande.

—Lo siento, María —respondo—, comienzo en media hora. Ya tendría que haber salido.

—¿Pero importa que llegues tarde? Nadie se moverá.

Bendito humor negro.

Me hace gracia.

—No puedo.

Me mira triste. Sé que es real.

—Te quiero —Me golpea.

Me pilla descolocado, no espero esas palabras ya, tan pronto. La miro a los ojos, quiero decírselo. No puedo, todavía no.

La beso. Acabaré diciéndoselo, quizá mañana, pero hoy no.

Se da la vuelta.

—María —digo.

Se gira.

—Cuando llegue te llamo, ¿vale?

Sonríe melancólica y asiente. Abre el portón, se mete dentro.

Marcho hacia mi coche maldiciendo. Soy un cobarde, no hay más.

Monto en él y miro la hora. Veinte minutos. No llego. Tendré que apretar mucho el acelerador.

Lo hago. No me preocupo de respetar la velocidad. No llego. No llego. De hecho, sí llego.

Las imágenes cesan. Miro mi muñeca, ninguna mano me sujeta. Observo el cadáver, la sábana está intacta. Todo ha sido producto de mi imaginación. Eso no hace que mi curiosidad disminuya. Vuelvo a agarrar la sábana. No me da tiempo a destaparlo, un nuevo ruido me lo impide.

La puerta se abre, alguien entra y enciende la luz. ¿Ahora sí funciona?

Incrédulo, veo a mi compañero, no tendría que estar aquí, entra a las ocho de la mañana. También entra Vicent, el ayudante en prácticas. ¿Qué hace aquí?

Intento hablarles pero no me salen las palabras. Sus caras reflejan amargura. Se acercan a mí, me ignoran.

Destapan el cuerpo.

Mi compañero y Vicent lloran, ¿por qué?

Me giro.

El muerto soy yo.

Sólo pienso en lo que quedó sin decir. Lo que quedó en la punta de la lengua.

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