Revista Viajes

En la ruta hacia la Guajira venezolana

Por Viajaelmundo @viajaelmundo
Cruzar puertas para entrar a otras vidas

Cruzar puertas para entrar a otras vidas

Jamaya Pia, te dicen con una sonrisa. Quizá ese “hola, ¿cómo estás?” sea lo primero que se aprende al llegar a Paraguaipoa, una zona de la Guajira media en el estado Zulia, al noroeste de Venezuela. Las coordenadas geográficas son importantes entenderlas porque desde ahí se puede llegar en pocos minutos a la frontera con Colombia y es tan sutil la cercanía, tan fuerte la cultura de la etnia wayúu, que sus tradiciones se mantienen de un lado y del otro, compartiendo paisajes y arraigo. Jamaya Pia, repites en wayuunaiki -idioma wayúu- intentando memorizar la melodía de su acento. Y es así como el viajero va cruzando senderos en los que no creía verse, mientras su curiosidad se va posando en otras realidades. 

[Habíamos salido de Caracas dos periodistas de viaje, un blogger gastronómico y un chef. Fue preciso una parada en Valencia para buscar a un estudiante de medicina y viajero. Todos son mis amigos y la variedad de nuestros oficios haría el viaje más interesante. Antes de llegar a la Guajira, nos detuvimos en el estado Yaracuy, dormimos una noche en Maracaibo después de una cena copiosa y al amanecer buscamos ese camino tan lleno de calor y brisa. Todo lo que iba sucediendo en la ruta estaba quedando documentado en videos y fotos. Algo saldría de eso después]

Digamos que el camino comienza desde Maracaibo para, después de hora y media de desandar carretera, llegar a Sinamaica, capital de la Guajira venezolana. Una embarcación en la que fácilmente pueden ir sentadas siete personas, navega el río Limón hasta unirse con la Laguna de Sinamaica de la que saltan palafitos de colores, miradas serenas y penetrantes. Allí vive el pueblo Añú, a quienes llaman “gente de agua”. Son cerca de nueve mil habitantes cubriendo la laguna, su humedad y su silencio. Esa agua oscura y tranquila se convierte en calles y avenidas, bajo un paisaje exótico de palmeras y calor. Los añú conservan su lengua y viven de la pesca, la artesanía y el turismo. No se imaginan sus días fuera del agua aunque, como ellos mismos cuentan, tengan que salir de vez en cuando a enterrar a sus muertos bajo la tierra del pueblo.

[Cuando llegamos a El Trompo, el lugar donde se toma la lancha para recorrer la laguna, ya teníamos hambre, pero en silencio y sin ponernos de acuerdo, decidimos que era mejor comer a la vuelta. Fue en ese mismo sitio donde probamos crema de chipi-chipi y tostones, más otros platos que ya no recuerdo. Para seguir el camino a Paraguaipoa, pasamos por delante de más de cincuenta chirrincherras: así le llaman a los camiones que van llenos de mercancía que luego revenden a precios insólitos. Así es el ritmo de la Guajira. Ese negocio es un secreto en voz alta. No les dicen nada, les dan acceso pidiendo algo a cambio. Sin embargo, a nosotros nos detienen, nos hacen abrir la maleta, mostrar las credenciales, preguntan qué haremos y nos dejan ir cuando ya no hay más preguntas qué hacer]

La mirada curiosa de un niño Añú

La mirada curiosa de un niño Añú

La contundencia de su paisaje sobre agua

La contundencia de su paisaje sobre agua

y sus colores como lenguaje propio

y sus colores como lenguaje propio

Apenas 32 km separan a Sinamaica de Paraguaipoa, donde conviven otra parte de los añú, los wayúu y los alijunas, como llaman a todo aquél que no pertenece a ninguna etnia indígena. El paisaje es un contraste de lejanía, aridez y amabilidad. Un caos ordenado como se puede esperar en una zona fronteriza. Aunque en esta parte de la Guajira la mayoría de los wayúu se hayan despojado de su vestimenta habitual, no lo han hecho de sus raíces. Basta con sentarse un rato a conversar para que te cuenten que son un pueblo indígena milenario que sobrevivió a la colonización, que se ha mantenido firme con su cultura ancestral.

En la etnia wayúu, la mujer es líder. Es ella la encargada de transmitir los principios de generación en generación. La madre, la abuela y las tías maternas son pieza fundamental en las familias. Son ellas las que interpretan los sueños e inculcan el valor hacia los ancianos, mientras el hombre -con su sombrero siempre a punto- se encarga de ser “el palabrero”, la figura central para resolver los conflictos que se presenten, quien negocia para conseguir la paz.

[Jayariyú me enseña palabras en wayuunaiki y las anoto tal y como se pronuncian para no cometer errores. Me cuenta un sueño que tuvo hace poco, me habla del encierro: ese ritual por el que pasan todas las mujeres cuando les viene la menstruación por primera vez y quedan confinadas a un cuarto donde con calma y regocijo reciben los conocimientos de la etnia; las alimentan, les enseñan a tejer, a entender su rol. Le hago muchas preguntas, entiendo de lunas, de aguaceros, de convenios, de palabra]

Y esos roles se ven reflejados en la Yonna, un ritual, un baile que hacen guiados por los ancestros y que se convierte en celebración por cualquier motivo: porque llovió, porque llegaron amigos, porque salió el sol, porque la niña ya es mujer. Por lo que sea. En ese baile, el hombre busca a la mujer y ella intenta tumbarlo, sacarlo del círculo por el que se mueven ante el júbilo de todos. Ellas, con las caras pintadas según los designios de la naturaleza. Ellos, respetuosos ante la figura femenina. La cultura wayúu es una fiesta, un viaje en sí, al que todos estamos invitados.

[Es de noche y me pintan la cara justo antes de comenzar la Yonna. Es una niña, tendrá 14 años quizá. Me dice que me pinta lo que la naturaleza le inspira. Hace trazos con una pintura casi seca que luego se puede comer. No hace daño, me dice. Nos la dan durante en el encierro para que no nos pongamos flojitas, me dice. Sucede el baile, la risa, la comida, el fogón, la brisa, la noche estrellada. Dormimos en hamacas, hay zancudos pero no importa]

¡Pinta, pinta! ¡Bailemos todos!

¡Pinta, pinta! ¡Bailemos todos!

Durante la Yonna

Durante la Yonna

y el famoso mercado de Los Filúos

y el famoso mercado de Los Filúos

Por eso, cuando se recorre la geografía de sus tierras todo se vuelve contraste. El ruido y la estrechez del mercado de Los Filúos, el punto álgido del comercio guajiro, se aleja de la calma y la brisa generosa que se siente en Caño Sagua, una playa de Paraguaipoa que desde la orilla deja ver algunas montañas colombianas, perdidas en la lejanía. Así confluye el paisaje guajiro, entre los colores, las tradiciones de su gente y la calma de su horizonte.

[En Los Filúos nos miraron con extrañesa, como visitantes de otro país. No conseguimos un ovejo vivo, pero sí varios muertos para cocinar, porque el ovejo es importante para los wayúu. El mercado es un caos y cuenta muchas cosas al mismo tiempo. Quizá fue por eso que cuando estuvimos en la orilla de Caño Sagua nos sentimos plenos, dichosos, libres. Nunca había visto una playa tan extensa, nunca un mar había sido tan necesario]

PARÉNTESIS. Visitar la Guajira venezolana no admite improvisaciones. En Paraguaipoa existe una sola posada llamada Palawaipo’u que en wayuunaiki significa “tierra frente al mar”. Allí, Jayariyú Farías Montiel recibe a los viajeros, los lleva de la mano a conocer su tierra, a entender las tradiciones y probar sus comidas típicas como el ovejo, los fríjoles o la chicha. Para iniciar la aventura, hay que escribirle a [email protected] o seguirla en @posadapalawaipou en Instagram.

PUNTO Y APARTE. Todos los videos que se hicieron en este viaje, pasaron a formar parte de un experimento para el cierre de temporada del programa Los Cuentos de mi Tierra, que se transmite por Globovisión todos los domingos a las 11 am, conducido por Érika Paz. Fue ella la que manejó desde Caracas a la Guajira, la que nos presentó a sus amigos, la que hizo posible tantas risas y experiencias en la ruta.


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