Revista Coaching
Lo que implica sentirnos superiores a los demás es un gran aislamiento. Si miramos a los que nos rodean por encima del hombro estaremos subidos en un pedestal que nos hemos construido. Solos en lo alto de un edificio a punto de desmoronarse. Dentro de una cárcel en la que no existen más que mentiras.
Si al mirar a los demás solo vemos lo que les falta según nuestros falsos criterios, nunca encontraremos a alguien que esté a nuestra altura. Pero es realidad somos nosotros los que no lo estamos. Nuestra soberbia intelectual, espiritual, nos ha dejado solos. Y por eso aunque queramos disimular que somos listos, seguros de nosotros mismos, y por supuesto un poco santos, los más avispados notarán que en realidad la imagen que damos es falsa. Los más intuitivos y conscientes descubrirán lo que hay debajo de esa armadura que nos hemos construido, y si nos quieren querrán ayudarnos, y querrán destruir el pedestal. Y nosotros por supuesto nos sentiremos muy ofendidos si alguien tiene el atrevimiento de decirnos la verdad. Por lo que una vez metidos en esta cárcel será muy difícil salir.
La soberbia espiritual es lo peor que nos puede pasar. Por eso deberíamos estar siempre vigilantes para no caer en esta cadena perpetua. ¿Cómo? Dándonos cuenta, este es el primer y casi el único paso. Escuchar a los demás siempre. Darles la oportunidad de convencernos, de hacernos cambiar. Estar siempre abierto a nuevos conocimientos y a reconocer que estábamos equivocados. Si de verdad nos amamos a nosotros mismos no nos será tan difícil conocer la verdad de lo que somos. Por eso bajemos de esas alturas, dónde ni siquiera los pájaros querrán descansar. Porque ahí arriba hace mucho frío.