Revista Opinión

En las entrañas de la ciudad

Publicado el 04 abril 2011 por Merche

EN LAS ENTRAÑAS DE LA CIUDAD

Hoy no me encuentro observando la belleza de la naturaleza desde mi ventana, ni siquiera percibo el aire fresco en mi cara mientras voy andando.

Cuando mis pasos se dirigieron a este lugar eran rápidos, firmes y seguros, ahora son lentos, cautelosos e inseguros, primero me quedé quieta en ese lugar  para que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad.

Poco a poco comencé a dar los primeros pasos ¿por qué he querido bajar aquí? No es fácil encontrar la respuesta, solo que mi necesidad de descubrir de sentir en cualquier sitio que pueda aportarme algo nuevo, algo que nunca más haya experimentado me hace ir allá a donde pueda estar aquello que desconozco.

No siento miedo, ni siquiera inquietud ante lo que pueda encontrar. El aire es craso, profundo y pesado, es como si al respirar con cada exhalación masticara el aire que respiro, un olor a putrefacto despide un hedor que me produce nauseas, pero con el paso de los minutos me acostumbro a él y sigo caminando, despacito, con cautela y observando lo que a mi paso me encuentro.

Piso algo duro y dirijo la luz de mi linterna hasta ello, es una pequeña rata muerta, reventada, la luz de mi linterna hace que algunas más se deslicen rápidamente ante mi presencia, todas excepto una que permanece entre una bolsa de restos de comida, me mira y yo la miro a ella con el mismo recelo, parece como si me dijera" si  me dejas tranquila, no haré nada" es grande, muy grande, paso sigilosamente por su lado y la dejo disfrutando su festín.

Junto a un contenedor de basura veo a un gatito negro, es muy pequeño y se esconde al sentir mis pasos entre las ruedas de este.

Unos pasos más allá, vislumbro un bulto que según me voy acercando se manifiesta, es un hombre sentado en el suelo junto a un gran numero de cajas de cartón que le refugian del frío de la noche, apenas se le ve la cara, tiene un gorro de lana puesto, tapado con un cochambroso abrigo negro, todos mis esfuerzos por no hacer ruido son inútiles y levanta su cabeza a mi paso, me quedo mirándole y con voz ronca y de difícil entender me dice " ¿ que miras? Apoyadas sus cabezas sobre la pared, aparecen dos personas más que muestran un aspecto descuidado y sucio, junto a ellas unas cuantas jeringuillas en el suelo me dicen en el estado en que se encuentran. No puedo apartar la vista de ellos, pero tampoco quiero soliviantarlos con mi presencia y contesto " Nada"  prosigo mi andar lento, sin ninguna prisa por salir de allí.

Unos metros más adelante reposo mi cuerpo sobre la  pared y busco en mi bolso un paquete de tabaco para coger un cigarrillo, tomo el mechero y cuando lo enciendo, veo delante mío una cara joven, ojos negros, barba de varios días y labios resecos, con algunas heridas en la comisura de la boca, las manos entrelazadas con unos guantes rotos y una visible tiritera, me pide un cigarro, lentamente saco uno y se lo ofrezco , cuando le acerco la luz del mechero le puedo observar más detenidamente, delgado y de 1,80 cm aproximadamente, con una chaqueta abotonada y pantalón vaquero, me da las gracias y se va.

Sigo apoyada en la pared dando hondas caladas a mi cigarro y expulsando el humo de este hacia el cielo, ese cielo que nos cobija a todos pero que no todos lo vemos del mismo color, ese cielo sin estrellas de la gran Ciudad, veo como el humo se disipa sin alcanzar ninguna meta. Por la derecha del callejón hay una pareja que se abraza y se detiene para darse un efusivo beso, él pasea sus manos por los pechos de ella  y la atrae  hasta ponerla contra la pared le sube  la falda comenzando un baile de cuerpos ajenos a mi presencia, el jadeo que emiten se oye perfectamente en el silencio de la noche.

Termino mi cigarrillo y miro hacia arriba, los balcones permanecen cerrados y en total oscuridad, imagino a los habitantes de estos durmiendo placidamente en sus camas, miles de sueños rondarán sus mentes, el silencio de la noche se rompe con el llanto de un bebe, una luz que se enciende para pasados algunos minutos apagarse de nuevo y devolver la calma y el silencio de la noche al callejón por donde paseo.

Mis pasos hacen que la luz de mi linterna no sea necesaria ya, a medida que avanzo voy vislumbrando la luz de una gran avenida.

A pesar de las altas horas de la madrugada, el ruido de algunos coches y el excesivo alumbrado hace que desaparezca el aire pesado, el mal olor y mis pasos ante la claridad sean de nuevo firmes y ligeros, aquí no hay nada que ver, ya me lo conozco, a pesar de que en cualquier esquina una historia, una vida o un acontecimiento me puede sorprender.

Es curioso como lejos de sentirme ahora más segura en la gran avenida, no es así. a pesar de sentirme más ligera al respirar, penetrar por mi nariz una mezcla de olores a comida y perfumes varios, visualizar perfectamente a los pocos viandantes que circulan por las aceras gracias a la gran luminosidad, los miro a la cara y me doy cuenta de que en esta avenida, en este otro mundo todo va a otra velocidad, por eso bajo el ritmo de mis pasos y enciendo de nuevo mi linterna para poder ver aquello que quizás no tenga suficiente luz para verse a simple vista.

Puedo pasar por los sitios más oscuros, más sucios y más putrefactos, solo necesito llevar mi mente vacía de contenido para llenarla con lo que me encuentre, serenidad y el firme propósito de no molestar, además de una pequeña linterna para dar la suficiente luz  y no pisar las ratas muertas que me encuentre en el camino.



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