Revista Cultura y Ocio

En las nubes

Por Calvodemora

I
En tiempos oscuros, la mejor guía para los pueblos era la religión, del mismo modo que en medio de una noche oscura un ciego es nuestro mejor guía; de noche, él conoce los caminos y senderos mejor de lo que puede verlos un ser humano. Sin embargo, cuando amanece, es una insensatez utilizar a los ciegos como guías.
Christian Johann Heinrich Heine
En las nubes
Uno cree en que habrá mejores tiempos, cree (a ciegas incluso) en la bondad de lo que no sabemos, cree en la fragilidad, en la idea de que el mundo no se ha ido forjando a través de certezas sino por las dudas que lo han ido acechando. En la incertidumbre está el asombro, que es el material primario del conocimiento. Por eso la ciencia y la fe, la materia y el espíritu, a pesar de distancias insalvables y de cometidos diferentes, cuentan lo mismo en esencia. La ciencia somete la realidad a un riguroso ejercicio de racionalidad, eliminando lo que la enmaraña, extirpando (fieramente a veces) todo lo que sea resultado de una interpretación. A la religión, por razones absolutamente evidentes, le incomoda la razón, le importuna el hecho de que todo se haga cartesiano y ponderable. Por eso recurre a las metáforas, a la revelación de un secreto y a la fascinación de las palabras. Esa es la razón de los milagros que cuentan los evangelios. Hay que engolosinar al iniciado con relatos mitológicos. No se le puede ganar con logaritmos. El amor nace de las metáforas. Sin poesía, el mundo se habría parado hace miles de años. Habríamos explotado en mitad del cosmos. Soy de los que piensan que no necesitamos religión pero que es la religión la que ha hecho que el mundo siga girando. Quizá girando mal, no lo dudo. Hay más asuntos recriminables (incluso punibles) que asuntos elogiables en todo lo referente a la divinidad. Dios ha sido el Gran Egoísta. Sobre Dios, alrededor de esa abstracción inarticulable, se han derramado mares de sangre; en la religión, en su mecanismos sencillo de captación de adeptos, se exhiben todos los trucos del tahúr. Cosas del tipo: si me haces caso, estás salvado, vas al paraíso, vivirás eternamente. No te lo puedo demostrar, pero créeme, es cierto. Solo tienes que hacer lo que yo diga. La realidad de lo religioso es un inventario de conjeturas maravillosas, de insostenibles preceptos. La religión lo emponzoña todo, escribe Hitchens en Dios no es bueno. No sé si solo hay veneno en la religión. Tampoco si la ciencia es la salvación en términos absolutos. Igual no hay salvación posible. Cuando amanece, el insensato, dice Heine, pide ayuda a quien no ve. Poseo la experiencia ajena y la propia. En la mía, cabalgo y desmonto todos los días la sencilla metafísica de mis cavilaciones. No tengo cogitaciones peligrosas. En la de los demás, en quienes tengo a mano y con quienes comparto el afecto o la amistad, he visto maravillas que proceden de la religión. Tengo amigos que se saben signados por un vértice de luz inaprehensible. Están convencidos (y no entra en ninguno de mis cálculos exhibir un solo gesto que les haga cambiar de opinión) de que en la fe son felices. Yo, en asuntos de la felicidad, ajena y propia, me tomo las cosas muy en serio. Por eso huyo de los que despotrican contra la religión sin que, en ese enrabiamiento dialéctico, se expongan, ofrezcan las razones por la que actúan como lo hacen. Mi descreimiento es provechoso. Gano y pierdo a diario con esta conversación que mantengo con las nubes. Yo, descreído, soy también una criatura particularmente dichosa. Quizá a Dios gracias.

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