¿Qué se hace con el corazón malherido, ya sin fuerzas, maltratado? Si es como un ave con el ala rota, incapaz de levantar vuelo, condenada a perder la chance vital de escapar al helado invierno que dejará inerte su joven pecho.Intenté recuperarme; como pude, luché contra tu recuerdo.Exploré los más remotos universos del escapismo para procurar borrar o, al menos, desdibujar tu nombre y su peso en mi memoria.Dispuse novedosos artilugios para olvidar tu rostro. Casi lo logré.Ya no recordaba tu voz; ya se borroneaba tu figura; ya escaseaban los detalles.Cuando un soplo de viento fresco te trajo ante mi puerta nuevamente, supe que todo aquel esfuerzo había sido en vano.En vano los misterios.En vano los milagros cotidianos de no esperar tu llamada, de no llorar tu ausencia, de no desear tu llegada.Todo había sido inútil. Tan inútil como luchar contra un ejército de enredados caprichos que se me subían por los tobillos hasta llegar al cuello para asirlo con tal fuerza que me impedía respirar.Ahí estabas otra vez como burlándote de tanto empeño malogrado.Sí, yo había hecho todos los deberes para olvidarte: escribí cien veces “No debo”, sin borrones, sin enmiendas y todo ello había sido tan inequívocamente superfluo, irrelevante, inservible.Ahí estabas para hacerme recordar que no podía sacarte de mi corazón.¡Estúpido músculo que no entiende de razones y complica mi existencia con absurdos sentimientos que terminan dejándome vacía!Vacía y sola porque tu desdén hoy te trae ante mí y mañana de mi lado te arrastra.Soy yo, entonces, quien debe volver a luchar contra tu presencia, tu recuerdo.Ya nada importa.Lo repito hasta el hartazgo, tratando de convencerme… Y si es así, si nada importa ¿por qué la memoria y el sentimiento me lo niegan categóricamente?¿Por qué arrancarte de raíz como quien arranca la maleza o la mala hierba me resulta imposible?Años, intentando aniquilar tu sombra que me persigue (con intermitencias; es cierto, pero que sigue a mi lado o viene detrás de mí a prudencial distancia) como un espía de poca monta a quien el perseguido descubre detrás de cada nuevo disfraz.¿Para qué me ilusionaste con vanas promesas que no serías capaz de cumplir? ¿Por qué no supiste valorar el mayor y más puro obsequio que alguien puede hacer por amor: la retirada?No fue cobardía; no se trató de encontrar una salida distinguida, pavoneando altruismo y buenas costumbres.Fue el mayor esfuerzo que alguna vez pude haber ofrecido.Tu libertad representó mi agonía, mi martirio y mi desdicha.Aún así, te obsequié mi corazón y me lo devolviste maltrecho, con un pedazo faltante.Te llevaste ese retazo mío para siempre y lo acepté – podría decir que hasta de buen grado – porque sentía que, al menos, llevarías algo de mí contigo para siempre.Empecé así la titánica tarea de desdibujar tu recuerdo.Ajé los fotogramas de la memoria compartida.Sumí en el más profundo caos los negativos de los besos, los abrazos y las veces que nos tomamos de las manos.Llené una caja desvencijada y poco atractiva con la colección de cartas y recuerdos para que se perdieran en la maraña de objetos olvidados en el desván.Por un instante, casi con gozo – el del que niega aquello que le duele; el del que aborrece aquello que lo lastima – no exististe.Nunca te conocí.No se cruzaron nuestros caminos. No nos vimos a los ojos y nos echamos a correr en la mirada del otro.Por un instante, la nada llenó el enorme y pesado espacio que ocupaba tu recuerdo.Me sentía liberada.El sol brillaba en esa pequeña isla donde no existía tu nombre, tu piel, tu olor ni tu palabra.Como la calma que antecede a la catástrofe, el tiempo fluyó en armonía, sin improntas coloridas, sin voces, sin agonía.Pero, el recuerdo taciturno, agazapado en un rincón oscuro, emergió pegando un salto para tratar de esparcirse por todos los intersticios de mi existencia. Estabas ahí por doquier: en la música, en la poesía, en el diálogo de una película, en mi novela favorita, a la vuelta de la esquina en el hombre que caminaba por la calle en sentido opuesto al mío.Me inundabas, me colmabas de recuerdos, de correo y de palabras que me engañaban, me hipnotizaban y me confundían.No querías tiempo para pensar porque no pensaste.No querías espacio para ser vos porque mi espacio fue ocupado por otra.No querías estar solo porque buscaste compañía.Lo que querías era jugar con mi corazón una vez más. Sentir que aún podías manipularlo, que todavía eras su titiritero…Funcionó.Estuve pendiente de tus caprichos, de tus promesas, de tus tiempos y de tus excusas. Fui obsecuente, meritoria y obediente, esperando como un perro callejero que cayeran las migajas de pan de tu mesa.Me restregás tu felicidad como el maligno se deleita comiendo el más fino manjar ante un sirviente pobre que ni siquiera conoce su sabor.Con excusas que no tomaste el trabajo de esgrimir, explicaste tus fatales e imperdonables faltas con naturalidad alienante.Una palabra; sólo una palabra me hubiera hecho temblar de dicha.Sin embargo - sea porque tu corazón la desconocía, sea por temor a romper un complejo equilibrio entre razón y sentimiento – nunca la dijiste.Surcaste canales paralelos de eventuales te extraño o te quiero dichos como al pasar; como si su peso te resultara agobiante e insoportable.Promesas de escritos. Excusas de falta de tiempo. Llamadas telefónicas que nunca llegaron.¿Dónde está la fórmula secreta que permita de una vez por todas arrancarte de mi vida sin más dolor, sin más desdicha, sin más pena ni desprecio?¿Dónde encontrar el magistral alquimista que borre todo rastro de tu existencia en mi memoria?Así, empequeñecida por el sufrimiento, sólo quiero dejarme caer en un abismo interminable y cerrar los ojos mientras imagino que nunca te amé, que no te amo, que no te amaré.
©Silvina L. Fernández Di LisioAdvertencia: A todo aquel que decida reproducir en forma parcial o total este texto es oportuno informarle que el copyright © del mismo pertenece a la autora, quien no cede ni comparte este derecho con ningún otro individuo.