En un país lejano vivía en paz una sociedad de tortugas, salvajes y silvestres, grandes y pequeñas, en perfecta armonía. Un día interrumpió la paz una feroz pantera que pasaba el tiempo jugando con ellas e incordiándolas. Primero las volteaba y reía mientras ellas vanamente trataban de ponerse en pie. Luego las colocaba una encima de la otra para formar torres, fortalezas y castillos de tortugas. Y todas las noches hervía alguna para hacer con ella una deliciosa sopa de galápago.
Una de las tortugas subió preocupada a contar lo sucedido a la tortuga más sabia del lugar, de la que se decía sólo se dejaba ver cuando la situación lo requería. La sabia tortuga bajó de la montaña y, dirigiéndose a la feroz pantera, le dijo:
-Has demostrado astucia para hacer torres y castillos con tus propias manos, pericia para saber dónde pisar, valentía para llegar a lo más alto y cuidado para preparar caldos tan sabrosos. Creo que eres la más indicada para construir la nueva ciudad que albergará a las tortugas.
Al escuchar las amables palabras la feroz pantera conoció la gratitud y construyó la más hermosa ciudad de las tortugas.