Revista Cultura y Ocio

En los primeros días

Por Calvodemora

Los días de la pureza En los ojos del caballo está la tormenta que sacudió el cielo de las primeras montañas. En el vientre del fuego está el asombro del primer quemado. En el sueño de una virgen están los nombres de todos sus hijos. En el semen de un dios están la fiebre y el vértigo de todas las criaturas. En un bazar secreto de un pueblo inaccesible, en una de las laderas de la cima más alta del cosmos, está el nombre exacto de Dios, pero es un pueblo de ciegos y la palabra dios está prohibida. En la panza de una ballena está la mećanica celeste y el llanto de los bufones. En la palma de la mano del hombre más pobre del mundo está el oro de las palabras y el oro de los besos. En el aleteo de las mariposas de los bancales está el mapa del tiempo y el hondo dibujo de la luz pura. En la memoria del poeta está la lluvia que azotó los patios de la antigüedad.
En el aljibe de un patio cordobés está el agua que bebió Maimónides.
En el corazón de la bestia está la sangre de sus víctimas.
En la palabra del puro está la barbarie y el caos. En la del infame, el pulso del cosmos.
Los días de la mugre Está el viento barriendo las palabras obscenas que ocupan las calles del primer mundo. En las afueras, en donde la respiración poderosa de la tierra aviva el aire y lo encabrita de júbilo, allá en donde el poeta es el emperador de las constelaciones, el hambre no existe, pero los agoreros escriben su mantra y las fuerzas del orden asaltan las tertulias y queman las actas de la alegría recién izada. Días viciados, días de galernas del alma amancebada y promiscua, ah tú gran poeta de las alturas blancas, tú sabes que en la noche las criaturas vuelven a su estado primordial y sueñan con el polvo de las estrellas y con los labios que se sacian en lo más húmedo del sexo, ah tú hermano humilde que paseas Amsterdam y ves putas que son princesas con cuatro gotas de carmín metafísico en la punta iridescente del alma.
Los días cósmicos Algo flota en el aire que no es en esencia lo que respiramos y lo que se ahonda y nos perfora y, cercándonos, nos alimenta y eleva. Algo en absoluto aprehensible, de lo que nada sabemos y de lo que casi nada se confía en que podamos saber porque el aire, en el aire al que los perros ladran, no hay piedad ni hay consuelo. Solo hay un centinela voraz. Un vigía milenario. Un dios rudimentario y caprichoso. Un hijo de la gran puta con una saco de metáforas y un libro de encantamientos y de prodigios. Pero los pobres oyen los ladridos en mitad de la noche y el azar conversa con la razón y le pisa el cuello hasta que sangra. El cielo ha ardido. Los milagros suceden siempre en el corazón. Un extravío de caballos bajo la tormenta sacude el cielo de las primeras palabras. Una voz clama su reino en mitad de la noche. Es tarde. Nadie la escucha
.
He vuelto a leer Poemas del Himalaya, el libro de Yuyutsu R D Sharma. He vuelto a sentir la conmoción de la primera vez. De lo que entonces escribí, he purgado algo ahora, he borrado un par de líneas y he añadido dos más. Nada relevante. Solo el placer pequeño de contarme lo que sentí en ese viaje. 

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