Un ‘alabao’ es un canto funerario, típico de las poblaciones afrocolombianas, específicamente de la zona del pacífico neogranadino, en el que a voces rítmicas las familias o comunidades destacan las características más positivas de aquel familiar que se les fue, es una manera en la que la belleza de nuestra ancestralidad, busca hacerse paso ante el dolor y el caos, como si supiera que su poderío tiene más peso que todo lo que quiere ser sombra. Debo confesar que no conocía nada sobre esta tradición, que pude ver manifiesta hace menos de un mes cuando junto a una delegación definida por el Presidente Nicolás Maduro, fuimos a entregar la réplica de la espada de Carabobo y hacer entrega de la Orden Libertadoras y Libertadores en la despedida física de una mujer que se abrió paso entre las sombras para mostrar la grandeza de la épica de las mujeres, claramente hablo de nuestra Piedad Córdoba, ¿de quién más iba a tratarse?, ¿de qué otra forma iba yo a poder conocer la grandeza de esta tradición?
A Piedad, la despidieron las mujeres negras que sintieron que su voz se hacía coro y reverberancia justa – como su causa-, en las paredes de aquellos salones que tantas veces traicionaron la Patria que les fue otorgada hace más de 500 años por nuestro caraqueño Libertador; a nuestra Piedad la sintieron las mujeres y los hombres trans que se sintieron visibles y compenetrados con la construcción de una sociedad en la que todas, todos y todes caben para ser y hacer política; la despidieron las mujeres jóvenes que la vieron batirse en medio de las bestias de la parapolítica sin tener que mimetizarse entre lo que se supone correcto para el establishment, porque al final, una mujer, que además sea negra y se asuma como tal, no podría hacer política.
A Piedad, fui a despedirla como quien va al encuentro de una amiga a la que le debe tantas veces haberte animado a hacer el salto, pues a diferencia de otras referentes que hemos estudiado y forman parte de la identidad política y militante de nuestra narrativa colectiva yo a Piedad no la leí en los libros de historia, la conocí.
Y es a ella a quien le dedico estas líneas, pues en medio de todos los combates, ella sujetó la idea de que la irreverencia es un ejercicio planificado, que no tiene nada de etéreo, que las disidencias como la nuestra tienen vela en este canto y que ahora es que nos queda camino para alcanzar la alborada.
¡Hasta la vida siempre Piedad!